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Tuesday, December 10, 2013

La ciudad del gigante eterno

El sueño de todo conquistador es fundar una ciudad y ser venerado como el benefactor, el padre, el corazón de la patria. Así lo vería, quizás, el teniente coronel desde su helicóptero cuando señaló un punto ubicado en la montaña a unos kilómetros de la autopista Caracas-La Guaira. “Ahí nacerá una ciudad y su nombre será Caribia.” A lo que, probablemente, masculló algún lacayo, “pero comandante, por ahí pasa la falla de Tacagua.” El jerarca, sin voltear, respondería en tono solemne, “he dicho.”

Pero ese sueño de emperador romano, probablemente sea, más bien, como una borrachera perenne o una enfermedad que acelera en la medida que el cuerpo cede, no debe ser suficiente construir un monumento a uno mismo, se debe llegar a donde nadie ha llegado, así raye en el absurdo. Fundar una ciudad dentro de una ciudad. “Dentro de Caracas cabe otra Caracas.” Estas palabras del Ministro (para la Transformación de Caracas) Farruco Sesto —también pronunciadas por Hugo Chávez—, quedaron a la postre como muestra de adulancia y complacencia al comandante supremo y eterno y, más importante aún, como evidencia de responsabilidad ante lo que posiblemente sea la catástrofe urbanística más dramática de latinoamérica.

Sunday, April 28, 2013

La solvencia y el miedo

Aquel lunes, a eso de las ocho de la mañana, cruzaba la plaza Altamira para tomar el Metro. Estaba trasnochado, el día anterior había trabajado una jornada de 16 horas. Hace rato que las elecciones dejaron de ser ocasiones en las que la familia se reúne para comer parrilla y caerse a gritos; ahora se trabaja, no importa el bando. El sueño había llegado tarde, y con un dejo verdaderamente agridulce. Pero no había lugar para modorra, ni resaca electoral. Tenía que patear calle, correr a sacar una solvencia de servicios para poder registrar la venta de un inmueble. Esas cosas en las que los abogados se han venido hundiendo últimamente, embarrados entre la gestoría y la jurisprudencia de taquilla. Ahora todo requiere una solvencia, ese pedazo de papel que certifique que no le debes nada a nadie.

Para leer artículo completo, click aquí.

Wednesday, April 10, 2013

No por teléfono


Jaime evita el contacto telefónico. Va un poco más allá. No habla una palabra si tiene un celular en frente, no importa que esté apagado.

Nos citamos en un café de Los Palos Grandes. Mientras disfruto un marrón, me doy cuenta de que un tipo da vueltas tratando de robar mi atención. El hombre es de baja estatura, con restos de pelo rojizo coronando una calva reciente,y lleva una percudida camisa blanca con distintos bolígrafos en el bolsillo del pecho. Al hacer contacto visual se acerca. Trastabilla con una serie de palabras de las que, entiendo, debería formarse una pregunta: “¿Tienes celular?”.

Le miento. El hombre se sienta. Trae consigo un preciado secreto. Evidentemente, Jaime no es su nombre. La paranoia no le permite publicidad, mucho menos un ápice de cordura.



Saturday, April 6, 2013

El coraje en la memoria


Una vez le pregunté a Francisco Suniaga por qué pensaba él que la extraordinaria historia de la locura de Diógenes Escalante había sido un hecho poco conocido por los venezolanos. Luego de revolver su café, y meditarlo por un segundo, respondió: “Porque en Venezuela, como decía Betancourt, los escándalos se suceden con demasiada rapidez, y un escándalo sucede al otro. Además, la locura de Escalante, en principio, fue manejada de manera muy discreta por la familia y por la prensa de la época. En esta época, no te hubieras salvado. Entonces: porque la familia lo manejó con discreción, porque lo sacaron del país, porque inmediatamente después ocurrieron cosas mucho más importantes, la revolución de octubre, el gobierno de Gallegos, el golpe contra Gallegos, la muerte de Delgado Chalbaud… es demasiada vaina para un solo país. ¿No crees?”

Friday, March 8, 2013

El último mensaje de Hugo Chávez


Desconcierto en el tráfico. Ironía o, más bien, cliché. Cuando anunciaron la muerte de Hugo Chávez yo estaba en una cola. Escuchaba, muy interesado, una entrevista que le hacían a un astrónomo venezolano de apellido Campins. Cadena Nacional de Radio y Televisión. Nicolás Maduro abre la alocución dando la fecha. No hizo falta más detalle. Anunciaría la muerte del Presidente. Mientras pronunciaba las palabras que confirmaban lo que asumí como un hecho, se iba quebrando en sollozos. No asimilé la noticia inmediatamente. Chávez tenía eso, la capacidad de crear el desconcierto de lo impensable. Momentos imposibles.

Busqué una imagen, un primer recuerdo que demarcara el camino recorrido. Y la que encontré no fue de aquel “por ahora” de guerrero. Tampoco la de la única vez que lo vi en persona, en la Universidad mientras vendía su candidatura en el 98, cuando con sonrisa de presentador de tv evitaba las sagaces preguntas de estudiantes mayores que yo. La imagen ni siquiera era directamente de él. Era de la cara de mi padre —mi papá— viéndolo arrancarse la corbata, agarrar tarima, y hacer la infame señal de “golpe” chocando el puño izquierdo contra su derecha abierta. "Nos jodimos", dijo mi viejo. Aquel primer mensaje fue claro.

Las palabras del Vicepresidente contrastaron brutalmente con las que había pronunciado al medio día, cuando envió un mensaje claro a la oposición —QUE NADIE SE EQUIVOQUE— y uno desquiciado a los Estados Unidos. No, estas palabras eran sentidas. Melancólicas. Me sentí solo. Levanté la mirada buscando solidaridad en el tráfico, pero me encontré con muchas lágrimas. Unas de desesperanza, otras de alivio. Todas silenciosas. Y así, nos acompañamos por unos minutos en la soledad de nuestras cápsulas llenas de aire acondicionado.

Al día siguiente se había roto el trance. Los testimonios de las cientos de personas entrevistadas en la caravana que acompañó a los restos del Presidente, serían una mezcla de los dos mensajes televisados del día anterior. Por un lado, el profundo dolor por la muerte de un líder que les trajo reivindicación por siglos de exclusión social y, por el otro, el absurdo y retrógrado repudio a quienes le hicieron oposición al Presidente Chávez. Agresividad y odio.

En su despedida, antes de volver a Cuba para una nueva intervención quirúrgica, Chávez se dirigió a su gente. Como ciudadano que nunca comulgó en la Fe a Chávez, ingenuamente, esperaba palabras de inclusión. Después de tantos años he entendido, como muchos, que solamente hay futuro en este país si reconocemos a la otra parte. Y digo reconocimiento, porque es lo primero, lo básico, la unión viene después. Pero sólo hubo palabras para los revolucionarios y “los que sienten la patria en su corazón” —que asumo, no incluye a opositores—. Además, utilizó varias veces el ahora tan mentado “que nadie se equivoque” sin destinatario en particular. El mensaje, en efecto, estaba dirigido a SU gente, la gente del Partido Socialista Unido de Venezuela. La oposición no fue nombrada, ni para bien ni para mal. Esa exclusión es demoledora. Ese desconocimiento. No importas. No existes.

El último mensaje de Hugo Chávez fue el que no entregó. El que una mitad del país quedó esperando, y el que la otra mitad entendió.

Wednesday, December 5, 2012

Un buen perfil

Almuerzo en una tasca de Chacao con un colega de aquellos tiempos en que pateaba tribunales y desayunaba Platanito y Frescolita en la esquina de Pajaritos.

—Hará un par de semanas —me dice—, tras las presidenciales, estuve meditando sobre dónde estamos y para dónde vamos. Entonces, decidí llamar a un conocido que tengo en el gobierno, para ponerme a la orden.

—¿Cómo es la vaina?

Me quedo helado. Él ríe, y me echa el cuento.

Resulta que, nuestro héroe, mi amigo, decidió contactar a —lo que llamarían en la prensa— un alto personero del gobierno. Un alto jerarca. Alto, altísimo. A quien había conocido muy de cerca, a través de un familiar, hace muchos años cuando —el gran jerarca— era un principiante en los borrascosos asuntos de la política del siglo 21. En aquella época, ese señor era una personalidad de poca cámara, que andaba en un Chevette destartalado predicando palabras de igualdad, justicia social, honestidad y progreso. A pesar de no coincidir ideológicamente, ambos pasaron amenas tardes conversando sobre el Caracas, el Magallanes, la cerveza, y temas afines. Mi viejo colega se siente cómodo llamando al señor por su nombre de pila y, me asegura, que el hombre le atendió el teléfono a la primera, sin hacerlo esperar. Luego del típico saludo lleno de adornos y exaltaciones innecesarias, tan propio de nosotros los venezolanos, le explicó la razón de su llamada. Explicó que él lo había pensado bien y que entendía que debía aproximar las cosas desde un ángulo distinto, se había dado cuenta que si quería tener algún tipo de incidencia —positiva, por supuesto— sobre la situación del país, era si dejaba atrás ciertos prejuicios y buscaba la manera de involucrarse. Que no lo viera con suspicacia, que este acercamiento era noble, que entendía el presente político del país, pero que también entendía que las instituciones necesitaban orden y que, además, eso también tenía que interesarles a ellos políticamente. Que tenía un buen perfil. Consultor jurídico de grandes compañías. Experiencia en el sector energético. Estudioso del derecho y las ciencias administrativas. Varios postgrados. Carrera y nombre intachables. Y que, por esas mismas razones, su nombre y su carrera, le aseguraba que su gestión —en donde fuera— sería limpia, renovadora y progresista.
Su interlocutor fue brutalmente sincero: “La verdad, no me interesa. Te lo digo por la confianza y el aprecio que te tengo. Puedes mandarme tus papeles, si quieres. Pero no voy a hacer nada con ellos. Ni me interesa, ni me sirve”.
* * *

Mi amigo se va. En un mes aproximadamente se irá a trabajar al primer mundo. Su ida, debo aclarar, no se debe a frustraciones profesionales. Mucho menos a miedo al país —este compañero es un verdadero guerrero de la sabana— y, sorprenderá a muchos, tampoco se debe a su reciente conversación con aquel alto burócrata. La razón de su salida es sencilla: una importante trasnacional se lo está robando pues, el tipo, tiene un buen perfil.

Friday, September 14, 2012

Salvar la patria

Quedan pocos días para el 7 de octubre. Ya no hay necesidad de explicar la importancia de la fecha, quien no la entienda —sin ánimos de sonar como el innombrable—, simplemente, no es venezolano.
 
En lo que queda de campaña debemos tener temple de acero y mucha inteligencia para no caer en las trampas cazabobos del Chavismo. Lo único que le queda al Presidente de la República es tratar de desacreditar a su rival pues es claro que no se encuentra en condiciones para ir puerta por puerta y, aunque pudiese, tras 14 años de retraso, corrupción, miseria y muerte, no tendría nada que enseñar.
 
Con el voto no es suficiente. Hay que hacer sacrificios. El que tenga dinero que lo aporte. El que no tenga que lo recoja. El que tenga carro que lleve gente. El que no tenga que los convenza. Quien viva lejos, que viaje. Jóvenes y no tan jóvenes a volcarse sobre las mesas como testigos para defender los votos. O simplemente, ponerse a la orden.
 
Nuestros políticos tendrán que hacer sacrificios también. El reciente episodio con Juan Carlos Caldera es el ejemplo perfecto de lo que podemos esperar de la campaña del gobierno en los escasos días que quedan. A pesar de que la respuesta de Henrique Capriles tuvo la contundencia requerida y que la explicación de Caldera fue suficiente como para no manchar al candidato, se requerirá de otros sacrificios políticos de terceros indirectamente ligados al asunto. El municipio Sucre, específicamente, Petare, ha sido cabeza de lanza en la campaña de nuestro Flaco. Estoy seguro que no hay plan de dejarlo desatendido pero, previo salto de talanquera de William Ojeda, queda clara la intención del gobierno para este punto neurálgico de la campaña. Se va a requerir de un cuarto bate para poner orden y asegurar Petare. Lanzando nombres al aire, Carlos Ocariz sería invencible en su casa. Miranda no tendría problema pues ya tiene gobernadora. Es cierto que lo principal es la campaña presidencial, pero este problema debe ser atendido y resuelto para evitar que un juego perfecto se convierta en no hit no run.
 
Con votar no es suficiente, tenemos que echar el resto. No por nada en un maratón se guardan energías para el final. En el remate está el triunfo.

Thursday, March 22, 2012

Llueve, escampa, y el Sol sale para todos

"...tú te la juegas si andas diciendo lo que tú piensas..."
Para Carmencita y su talento para oler una etapa cumbre a meses de su llegada.

José Ignacio Cabrujas dijo alguna vez sobre la telenovela: se trata de una historia que tiene 199 malas noticias y una sola buena noticia que ocurre en el último capítulo. Un ejemplo ilustrativo: Niña pobre se enamora de niño rico. Niña pobre empieza a trabajar lavando los calzones de niño rico. Niño rico preña a niña pobre para luego enterarse, que niña pobre es hija de los padres de niño rico —quienes acostumbran desayunar con Mimosas en la terraza de su mansión—. ¡Horror! Ella se queda ciega, él lo pierde todo y se casa, por dinero, con la gemela malvada de la otrora niña pobre que ahora es rica porque construyó un imperio vendiendo obleas con dulce de leche.

Wednesday, November 30, 2011

El imperio de la Ley

Publicado en Código Venezuela 30/11/11


Tras la captura y asesinato de Muammar el Gadafi leí un artículo de Ian Buruma donde el autor hacía la siguiente reflexión: “Llevar a juicio a Gadafi probablemente no hubiera satisfecho todos los sentimientos de injusticia de los libios, pero pudo haber ayudado a infundirles un mayor respeto por la ley.”

Las palabras del eminente profesor de Bard College calaron tan profundamente que terminé por verme en el espejo de los rebeldes libios en la transición post-Gadafi. Entendí que una de las consecuencia más graves de estos regímenes anárquicos disfrazados de dictaduras populistas es, precisamente, la pérdida de aquella característica fundamental de la conciencia democrática: el respeto a la ley.

A cuenta de que nos gobierna un régimen regresivo que, con menoscabo de las libertades económicas garantizadas en la Constitución, todo lo regula y todo lo limita, nos sentimos con licencia de violar el ordenamiento jurídico a nuestras anchas. Con esa excusa, hasta al más pendejo le salen agallas. “Algo tenemos que sacarle a este gobierno”, “por lo menos unos dolaritos con Sitme”, “mejor nosotros que ellos” y así sucesivamente hasta que no queda ni el rastro de los ciudadanos que solíamos ser, para pasar a convertirnos, y lo digo con toda la saña posible, en pueblo y nada más. Una masa idiota fácilmente sobornable con cuatro churupos.

Fomentar el respeto por las instituciones y las leyes no significa doblegarnos ni dejar de retarlas cuando atenten contra nuestros derechos. Significa hacer cama para la oportunidad de cambio que se encuentra a la vuelta de la esquina, porque la única forma de aprovecharla, es ser algo mucho más que ciudadanos, es ser país.

Friday, October 7, 2011

El viaje de Apolonia


Llegó al aeropuerto con cuatro horas y media de anticipación. Pero la nota de hoy no es para despotricar el tortuoso viacruci en que se ha convertido viajar. Adelantemos hasta tres horas más tarde. Hambrienta y con media hora por quemar, Apolonia se dirigió a la feria por una arepa para desayunar.

Té frío y Reina Pepiada en mano, hizo un rápido paneo del lugar en busca de una mesa libre.

Mientras una familia de tres comenzaba a recoger sus cosas,  Apolonia, con toda naturalidad –y haciendo caso omiso a las lagunas de café derramado y amenazantes manchas de salsa de tomate-, se desplazó ligeramente hasta la mesa y se sentó en el puesto vacío con su bandeja. La feria del aeropuerto de Maiquetía es solvente, pero no muy grande, por lo que es común ver a extraños compartir mesa. Para Apolonia esto no es un problema, pues es capaz de sacarle conversación a una piedra.

No habían pasado cinco minutos de la partida de sus anfitriones cuando una muchacha, contemporánea con ella y vestida en uniforme del aeropuerto, le pedía permiso para sentarse a su lado.

Un cumplido a los zapatos de una y un piropo al peinado de la otra, fue todo lo que hizo falta para sentirse cómodas e iniciar conversación. Ya en confianza, Apolonia le preguntó a Sonia por su trabajo en el aeropuerto. La joven le comentó que la paga no estaba mal, pero que el trabajo se había tornado muy peligroso. Según relató Sonia –quien pertenecía al personal de seguridad- el peligro se debe al control de la Guardia Nacional sobre las drogas que ingresan al país por esa vía. Aparentemente “controlan” (en el sentido más jivariano de la palabra) el tráfico de sustancias ilegales en el aeropuerto y, en caso de que la cosa se ponga muy caliente con algún superior, utilizan como chivos (o chinos) expiatorios a la gente de seguridad como Sonia. Tienen que soportar , a diario, los vejámenes y abusos de aquellos cuya divisa solía ser el honor.      

La historia de Sonia le hizo imposible a Apolonia aguantarse la cara de burro ante la funcionaria de la Guardia Nacional que la cacheó antes de abordar el avión. La mujer, al notar la mueca de nuestra heroína, le replicó –con un acento de dudosa procedencia- ¡Si no le gusta la regreso!

Apolonia me insiste que el acento de la mujer no era de aquí –según ella cubano-. Yo no creo. Estoy seguro que la funcionaria era bien criolla. Para mí esto es otro aporte del Comandante-Presidente que, para quien no se haya dado cuenta, cambió el acento ya hace un rato.

Hoy, el Buda de Sabaneta es el antivenezolano. En su afán porque el pueblo se identifique con él, ha creado un tipo de identidad nueva que nada tiene que ver con lo que significa ser venezolano. Desde el cambio de simbología hasta el nuevo modo de hablar.

Pero hay esperanza. En el encuentro entre Sonia –empleado público de Catia la Mar- y Apolonia –abogada del este de Caracas- ambas mujeres se identificaron con aquella complicidad fraterna que, en caso que lo hayamos olvidado, era una cualidad típica de los venezolanos.

Algo está cambiando…

Wednesday, September 28, 2011

Soberbios, como Rafael

Siempre he sido un gran escéptico. La noticia que el niño Jesús no era quien traía los regalos de Navidad, me llevó a cuestionar la existencia del cielo, el alma y Dios. Ante la mirada de angustia de mi madre, el Catolicismo se me desmoronaba como una torre de naipes. Además, aquella nefasta noticia, sirvió la mesa para terribles pesadillas, que iban, desde convertirme en almuerzo de gusanos, hasta perderme en un limbo de la más profunda y eterna oscuridad. Todo eso en la cabeza de un muchachito de ocho años. 

Como dije antes, gran escéptico. Pero más allá de la fe en Dios o entregarse a los cuentos chinos de los hombres (y mujeres) de la política, aquellos que vivimos en la tierra de Bolívar –y el prócer de Sabaneta- no podemos darnos el lujo del escepticismo y el maravilloso desprendimiento que trae consigo. Ha llegado el momento de hacer compromisos. 

Aunque no soy hombre de creer, creo –porque siento que me lo han demostrado sobremanera en los últimos meses- que los miembros de la unidad llevan rato tomando decisiones acertadas. No se quien los está asesorando, pero aparentemente es la gente correcta. Han mantenido la cohesión y la coherencia, han hablado cuando hemos necesitado que hablen y más importante aún, han sabido callar cuando las circunstancias lo han requerido –y hay que ver que les ha debido costar-. El último en la racha de aciertos, es la firma del “Compromiso por la Unidad”, que más que una promesa política barata es precisamente lo que dice ser, un compromiso frente a una sociedad civil que ha marcado el compás de este merengue criollo.

Y como es el momento de hacer compromisos, yo también me he comprometido –valga la redundancia- a ser un poco más constructivo a la hora de criticar. Lo que me lleva al tema que realmente quería tocar: la posición cómoda –sin compromisos- de los “indecisos”. No los “indecisos”; yo no voy a hacer lo mismo que el gobierno y la oposición. No los voy a tratar con pinzas.

Los “niní” –y no deja de sorprenderme que la gente se autodenomine de esta manera sin ningún tipo de vergüenza- se han caracterizado por ser los bocones espectadores de un horroroso choque de autopista. Sin ánimos de generalizar (mentira), he llegado a la conclusión que estos amigos indecisos, en algún punto –unos por más tiempo que otros y aunque suene a grosería- tuvieron que haber sido Chavistas. Chavistas desilusionados, con un nivel de moral suficiente como para dejar de serlo, pero con una soberbia Calderista que no les permite bajar la cabeza, admitir el error y terminar de brincar la talanquera (con lo incómodo que es quedarse en medio de una reja). Hacerlo, sería perder el halo radical o, como dicen en el imperio, el edge. HUMILDAD. 

No se les pide que dejen la crítica, pero si que dejen la crítica cómoda, la de sofá. Es más, tienen mucho que ofrecer; la opinión y la vigilancia de la sociedad civil han sido y seguirán siendo esenciales para que los representantes de la unidad –quienes, recordemos, no dejan de ser políticos- no se vayan de palos o se pongan agalludos, y mantengan el curso hacia el objetivo, que mas allá de sacar a un Presidente, se trata de arar el campo para el futuro que (ustedes) votaron hace 12 años.

Y si tienen miedo de plegarse porque la unidad es “capitalista”, “imperialista”, “conservadora” y hiede a zamuro, sería bueno recordarles, que Venezuela es un país con dos pies izquierdos –y que quizás por eso no ha aprendido a bailar.

Tuesday, September 13, 2011

CCS en los ojos de un ¿turista?

Milagro, esta joya me llego en una cadena. Caracas según García Márquez.
La primera vez que la oí nombrar fue en una frase de Simón Bolívar: La infeliz Caracas. Desde entonces, pocas veces la he vuelto a oír nombrada sin que vaya precedida de ese antiguo prestigio de infelicidad. Al parecer, su destino es igual al de muchos seres humanos de gran estirpe, que no pueden ser amados sino por quienes sean capaces de padecerlos.
Desde aquella remota frase de la escuela primaria, Caracas ha sido siempre para mí algo muy parecido a una obsesión. En el pueblo donde nací, que también tenía algo de infernal y no sólo por su calor de infierno, uno se encontraba a Caracas en el agua y la sal. Era un refugio de expatriados y apátridas del mundo entero, pero existía una categoría aparte, mucho más nuestra que las otras, que eran los fugitivos del infierno de Juan Vicente Gómez. Ellos me dejaron a Caracas sembrada para siempre en el corazón, a veces por los horrores de sus cárceles, y a veces por la idealización de la nostalgia. Era difícil ser feliz pensando en Caracas, pero era imposible no pensar en ella.
Nadie me enseñó tanto sobre esa ciudad irreal, como la gran mujer que pobló de fantasmas los años más dichosos de mi niñez. Se llamaba Juana de Freites, y era inteligente y hermosa, y el ser humano más humano y con más sentido de la fabulación que conocí jamás. Todas las tardes, cuando bajaba el calor, se sentaba en la puerta de su casa en un mecedor de bejuco, con su cabeza nevada y su bata de nazarena, y nos contaba sin cansancio los grandes cuentos de la literatura infantil. Los mismos de siempre, desde Blanca Nieves hasta Gulliver, pero con una variación original: todos ocurrían en Caracas.
Fue así como crecí con la certidumbre mágica de que Genoveva de Bravante y su hijo Desdichado se refugiaron en una cueva de Bello Monte, que Cenicienta había perdido la zapatilla de cristal en una fiesta de gala de El Paraíso, que la Bella Durmiente esperaba a su príncipe despertador a la sombra de Los Caobos, y que Caperucita Roja había sido devorada por un lobo llamado Juan Vicente el Feroz. Caracas fue desde entonces para mí la ciudad fugitiva de la imaginación, con castillos de gigantes, con genios escondidos en las botellas, con árboles que cantaban y fuentes que convertían en sapos el corazón, y muchachas de prodigio que vivían en el mundo al revés dentro de los espejos. Por desgracia, nada es más atroz ni suscita tantas desdichas juntas como la maravilla de los cuentos de hadas, de modo que mi recuerdo anticipado de Caracas siguió siendo el de siempre: la infeliz Caracas.
Todo esto lo pensaba el 28 de diciembre de 1957 – día de los Santos Inocentes, además – mientras volaba desde París hacia Caracas en los aviones de cuerda de aquella época, que tanto tiempo daban para pensar.
A pesar del calor, del fragor del tránsito en las autopistas de vértigo, de las distancias cortas más largas del mundo, yo iba reconociendo a cada vuelta de rueda los sitios familiares de mi infancia desde que atravesé la ciudad por primera vez. Identificaba en las laderas escarpadas las cabañas de colores de los enanos, los dragones de candela, la torre del rey, y una edificación luciferina que sólo por su nombre sobrepasaba de muy lejos a todos los horrores del mundo infantil: El Helicoide de la Roca Tarpeya. Recuerdo que al verla por vez primera, asomada a su precipicio mortal, volví a recordar: La infeliz Caracas.
Mi primer domingo en la ciudad desperté con la rara sensación de que algo extraño nos iba a suceder, y la atribuí al estado de ánimo que me había inspirado con sus fábulas doña Juana de Freites. Pocas horas más tarde, cuando nos preparábamos para un domingo feliz en la playa, Soledad Mendoza subió de dos zancadas las escaleras de la casa con sus botas de Siete Leguas.
-¡Se alzó la aviación! – gritó. En efecto, quince minutos después, la ciudad se abrió por completo en su estado natural de literatura fantástica. Los caraqueños habían salido a las azoteas, saludando con pañuelos de júbilo a los aviones de guerra y aplaudiendo de gozo cuando veían caer las bombas sobre el Palacio de Miraflores, que para mí seguía siendo el Castillo del Rey que Rabió. Tres meses después, Venezuela fue por poco tiempo, pero de un modo inolvidable en mi vida, el país más libre del mundo. Y yo fui un hombre feliz, tal vez porque nunca más desde entonces me volvieron a ocurrir tantas cosas definitivas por primera vez en un solo año: me casé para siempre, viví una revolución de carne y hueso, tuve una dirección fija, me quedé tres horas encerrado en un ascensor con una mujer bella, escribí mi mejor cuento para un concurso que no gané, definí para siempre mi concepción de la literatura y sus relaciones secretas con el periodismo, manejé el primer automóvil y sufrí un accidente dos minutos después, y adquirí una claridad política que habría de llevarme doce años más tarde a ingresar en un partido de Venezuela.
Tal vez por eso, una de las hermosas frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad infernal. Me gusta su gente, a la cual me siento muy parecido, me gustan sus mujeres tiernas y bravas, y me gusta su locura sin límites y su sentido experimental de la vida. Pocas cosas me gustan tanto en este mundo como el color del Avila al atardecer. Pero el prodigio mayor de Caracas es que en medio del hierro y el asfalto y los embotellamientos de tránsito que siguen siendo uno solo y siempre el mismo desde hace 20 años, la ciudad conserva todavía en su corazón la nostalgia del campo. Hay unas tardes de sol primaveral en que se oyen más las chicharras que los carros, y uno duerme en el piso número quince de un rascacielos de vidrio soñando con el canto de las ranas y el pistón de los grillos, y se despierta en unas albas atronadoras, pero todavía purificadas por los cobres de un gallo. Es el revés de los cuentos de hadas: la feliz Caracas.

Monday, September 12, 2011

Propina, limosna y soborno

Publicado en Código Venezuela 09/11/11

Un premio. La Real Academia Española define a la propina como un agasajo, sobre el precio de un servicio, que se da como muestra de satisfacción. Palabras clave: satisfacción y servicio.
Como ejemplo más reciente de servicio digno, tengo frescos los favores de los Costarricenses. Los Ticos no bajan la cabeza ante sus huéspedes. Los miran a los ojos y los atienden con una genuina sonrisa. Cuando responden “con gusto” ante los pedimentos de un turista, exactamente eso es lo que quieren decir.
Porque ellos están felices y agradecidos de recibir nuestros dólares de Cadivi por sus gentiles servicios. Son impecables, hasta la sodita más humilde tiene el piso resplandeciente. Lo hacen sentir a uno como en casa. Se esmeran por presentar un servicio de primera y, lo más sorprendente, jamás esperan propina.
Los venezolanos no estamos configurados así. Hay algo de humillante en el hecho de servir. Y a pesar de que no nos gusta hacerlo y que cuando lo hacemos suele ser de mala gana, las “propinas” que ofrecemos son de fama internacional. Parece contradictorio, pero no lo es.
En la tierra de Bolívar y el prócer de Sabaneta estamos acostumbrados a pagar de más para que la gente haga su trabajo. Y esto va, por supuesto, desde un mesonero de tasca hasta un servidor público, como por ejemplo –y al azar–, un juez. Pero hoy no estamos aquí para despotricar contra nuestra corrupta administración pública, no. Hoy estamos llegando de vacaciones.
En nuestro país, desde hace años los restaurantes, cafeterías, fuentes de soda y cuidado si los perrocalenteros, acostumbran incluir un 10% adicional sobre la cuenta por concepto de “servicio”. La primera vez que me crucé con esta particularidad le llamaban “cubierto”.
El cubierto daba derecho precisamente a eso –a los cubiertos para llevarse la comida a la boca. En los más refinados sitios daba derecho también a la bandejita de pan con mantequilla. Hoy, lo clavan de frente. No importa que el servicio haya sido una real plasta, el 10% te lo entierran y el pan te lo cobran aparte. Es que se trata de un derecho. Parte de nuestra idiosincrasia: dame, dame, dame… a cambio de nada.
Lo que es peor, encima de ese antipático 10% se espera una generosa propina. GENEROSA, porque quien complete con un 5% recibirá un maldeojo por parte de los empleados y el título de tacaño por los demás clientes del establecimiento.
La costumbre es cebar al prestador de servicios para recibir un trato VIP. Así es nuestra mentalidad, de nuevo rico. Y como es costumbre en Venezuela, contra el mal servicio, no hay con quien quejarse. Absurdamente he visto –más de una vez– a algún gerente tomar el lado del mesonero tras las justas quejas de algún comensal.
Pues se acabó. Esteban el Bueno –o sea, este que está aquí– ya no dará más propinas a quien no se las gane. Seré despiadado, pero por supuesto, después que me hayan traído la cuenta. Todo el mundo sabe el terrible destino de quien maltrate a algún mesonero.
Por cierto, es lamentable que este artículo lleve mi foto. La imagino ampliada en todas las cocinas de Caracas con tres dardos en la frente y un par de cachos de diablo pintados con magimarker.
En el país de los mendigos servir es humillante. Pero pedir limosna, eso es de Reyes, Caciques, Generales y hasta Presidentes.

Tuesday, August 2, 2011

Aquí, en la cola

Esta semana en Código Venezuela una crónica que trata del odio, la humillación y CADIVI.
Hacer click Aquí, en la cola

Monday, July 25, 2011

Martín Silbador (en la semana de C4R4C4S)

Para el próximo domingo 31 de julio a las 11:30 de la mañana, Publicarte, ha organizado a 160 periodistas, narradores, dramaturgos y poetas para leer textos en homenaje a la gran cumpleañera en distintos puntos de la ciudad.

Logré colarme para participar con el siguiente texto, el cuento de Martín Silbador; Caracas desde una óptica muy particular y optimista.

Zumba cual mosquito por la Libertador, quiebra la máquina entre carro y carro como un campeón. Sabe que le temen, pero no se aprovecha. Al contrario, sonríe a las señoras buenamozas y da los buenos días, a los desprevenidos, que sorprende con el vidrio abajo.

No le interesa comunismo, consumismo, socialismo, paludismo ni capitalismo; el único ismo en el que cree, es el sismo que la Candelaria predijo para dos mil doce.

Para Martín, las promesas son palabras y lo único real, es lo que se tiene en la cartera. Es cumplido y su presencia, impecable. A pesar del polvero le brillan los zapatos, pule la moto a diario y el maletín remendado pasa por nuevo.

En las ventanas de los carros, su telenovela -vitrinas a la vida de los otros- le llama. Muchachitos tremendos en el asiento trasero, amantes que pasean en silencio y a grito pelao, el mujerón que necesita un buen hombre y menos maquillaje, la cantante en pleno recital, el actor que se pierde en sus sueños y agradece su Oscar –o su Ronda- a casa llena; todo eso y mucho más en la cola de las tres.

Va por los Cedros y cae un chaparrón. Se moja y acelera. En cada viaducto lo saludan los colegas, que saben, que a pesar de la lluvia, Martín no para, porque Martín no llega tarde. El diablo, rabioso con su doña, corta el agua y borra las nubes del cielo. El sol calienta.

La manga de coleo termina en el Sambil. Martín vuela por Bello Campo apartando gente y carros con su silbidito original. Llega a la Francisco de Miranda y para en el semáforo de la Francia. Entre rojo y verde descansa. Respira, contempla su Ávila quien, recién bañado, estrena nueva capa de pintura. Sonríe. Ve la hora. Va con tiempo. Cambia la luz y arranca.

Saturday, June 18, 2011

Ombudsgirl


I
Como fanático de los comics siempre tuve la ilusión de conocer el primer superhéroe venezolano. Sufrí una gran decepción en los noventa con el Camaleón, cuando en una oportunidad su primera plana mostraba a un musculoso enmascarado tricolor con siete estrellas en el pecho luchando contra el Capitán América. Tristemente, se trataba de un mal chiste sobre el control de cambio del gobierno de Caldera. Pero no he perdido la esperanza. No tendría que ser un hombre necesariamente. Podría ser una mujer, quedaríamos modernísimos. El tema del nombre es esencial, todo el mundo sabe que los superhéroes nacen con su nombre. Tradicionalmente, o por lo menos en las historietas clásicas (Batman por ejemplo), los nombres de las heroínas solían ser juegos de palabras que incluían la palabra girl (chica): Batgirl o Batichica. Otro ejemplo es el de la mal comportada prima kriptoniana de Clark Kent, Supergirl. A pesar de lo que puedan afirmar algunas activistas del feminismo, el girl de ninguna manera es peyorativo o denigrante. Es simplemente por eso de que a las mujeres les encanta esconder su edad. La Mujer Maravilla no cuenta, pues fue producto de un autor con fuertes tendencias feministas (aunque rápidamente la aguerrida amazona se convirtiera, junto a Bettie Page, en ícono del  Bondage en los Estados Unidos y el mundo).
II
Para quienes no lo saben, la función de la Defensoría del Pueblo es la de velar por el cumplimiento y respeto de los Derechos Humanos en el país. En otras palabras, proteger a los ciudadanos de posibles abusos por parte de la administración pública (quien es la única que puede violar Derechos Humanos). El Defensor del Pueblo tiene una gran cantidad de facultades y obligaciones que lo enfrentan con poderosas instancias del gobierno. La Constitución, en su inmensa sabiduría, establece en su artículo 282 que el Defensor o Defensora del Pueblo “gozará de inmunidad en el ejercicio de sus funciones y, por lo tanto, no podrá ser perseguido, detenido, ni enjuiciado por actos relacionados con el ejercicio de sus funciones.” En un mundo donde los millonarios no se disfrazan de murciélagos para golpear a ladrones de gallinas y en el que los periodistas no vuelan, esto es lo más cercano a un superpoder. Para colmo, el cargo de Defensor del Pueblo es mundialmente conocido por el término suizo: Ombudsman (nótese la sorprendente similitud con Superman, Batman y Aquaman).
III
Ombudsgirl. Un nombre digno para nuestra superheroína. Digno de sus poderes y esa noble tarea que tiene entre sus manos: luchar por los derechos del débil frente al insaciable Leviatán. ¿Y quién será la persona que cargue con tal responsabilidad? Una sencilla muchacha llamada Gabriela del Mar Ramírez, quien se describe como poco “lustrosa” (punto que nadie discute) y que ha tratado de pasar los últimos cuatro años “agachada”, inconspicua y en silencio, para no levantar sospecha alguna sobre su verdadera identidad. Mala pata, su destino la alcanzó. Nunca pudimos pensar que sería peor que su antecesor, Germán Mundaraín; ni siquiera con su indiferencia frente a la represión contra el movimiento estudiantil o con su nefasta e inolvidable intervención en el episodio de las puertas de la UCV. Pero su ineptitud e ineficiencia en el caso de la toma del Rodeo I, a grandes zancadas, la ha puesto en el primer lugar de la mediocridad. La Defensoría fue la primera invitada a la fiesta y la última en llegar.
Es lamentable, la intocable Ombudsgirl, no es más que otra heroína de fantasía.

Publicado originalmente en Código Venezuela. 

Tuesday, June 14, 2011

Monday, June 6, 2011

Una de Vaqueros

Para leer mi artículo de esta semana en Código Venezuela hacer click en el siguiente link: Ahora, una de vaqueros

Saludos desde el lejano oeste.

Saturday, May 28, 2011

Patear Caracas

Hoy paseamos por los Palos Grandes, estuvo genial. No hay de otra, tenemos que recuperar nuestros espacios públicos. Para leer mi artículo de hoy 28-05-11 hacer cilck en el link: Patear Caracas

PD. Para el año que viene no estaría de más que cierren un par de calles (o arreglen las aceras).

Tuesday, May 17, 2011

Luces, cámara...

Fue el día de la muerte del super villano internacional, Osama Bin Laden, que me cayó la locha. La reportera de CNN en español buscaba entre la alegre marejada de gente apostada en Times Square, a algún hispanohablante que le diera su parte sobre los acontecimientos del día. La mujer, quien hacía un trabajo fatal tratando de ocultar su acento caraqueño, entrevistó a una docena de latinos variopintos (peruanos, colombianos, mexicanos, ecuatorianos, etc.) que ante el poderoso foco de la cámara de CNN quedaron petrificados como conejo alumbrado. Pésima modulación, tartamudeo, lugar comunismo, redundancias, en fin, un horror, pena ajena en su estado más puro. Pues bien, le tocó el turno a los venezolanos. Nuestra reportera se encontró con un grupete de cinco compatriotas. Tomó a uno de los muchachos por el brazo y le pidió unas palabras. La cámara alumbró y, el jovenzuelo, con gran naturalidad, se disparó a hablar. Habló sobre la justicia, sobre la democracia, sobre la libertad de los pueblos y sobre la lucha contra la tiranía. Un dicurso político digno de un "my fellow americans." Perfecta estructura en sus palabras y una ejecución magistral. La entrevista saltó hacia los otros dos varones del grupo quienes respondieron con la misma elocuencia que el primero. Uno hasta me recordó a Ramos Allup. 

Al terminar con los varones, la entrevistadora, visiblemente orgullosa, le dio el pase a una de las niñas del grupo. Con la misma naturalidad del primer muchacho la joven rubia, luego de batir su cabellera hacía la izquierda, se disparó a hablar: "Primero que nada, yo quiero agradecer a mi familia, profesores y amigos por haberme dado el apoyo necesario para estar aquí en una noche tan especial como esta. Una noche en la que el mundo se ha unido para celebrar esta gran victoria, que es una victoria no solo de los americanos sino de todos los hombres y mujeres que creen en la libertad, una victoria que nos acerca mucho más a la paz mundial. "

Mucha gente practica en secreto su discurso de aceptación del Oscar o del Grammy, just in case. Los venezolanos y venezolanas, por pura programación genética, tienen bajo la manga y aprendidos al pelo, su discursito político o las respuestas a las preguntas del Miss Venezuela. Y algunos (sin distingo de género), hasta los dos.