Friday, October 7, 2011

El viaje de Apolonia


Llegó al aeropuerto con cuatro horas y media de anticipación. Pero la nota de hoy no es para despotricar el tortuoso viacruci en que se ha convertido viajar. Adelantemos hasta tres horas más tarde. Hambrienta y con media hora por quemar, Apolonia se dirigió a la feria por una arepa para desayunar.

Té frío y Reina Pepiada en mano, hizo un rápido paneo del lugar en busca de una mesa libre.

Mientras una familia de tres comenzaba a recoger sus cosas,  Apolonia, con toda naturalidad –y haciendo caso omiso a las lagunas de café derramado y amenazantes manchas de salsa de tomate-, se desplazó ligeramente hasta la mesa y se sentó en el puesto vacío con su bandeja. La feria del aeropuerto de Maiquetía es solvente, pero no muy grande, por lo que es común ver a extraños compartir mesa. Para Apolonia esto no es un problema, pues es capaz de sacarle conversación a una piedra.

No habían pasado cinco minutos de la partida de sus anfitriones cuando una muchacha, contemporánea con ella y vestida en uniforme del aeropuerto, le pedía permiso para sentarse a su lado.

Un cumplido a los zapatos de una y un piropo al peinado de la otra, fue todo lo que hizo falta para sentirse cómodas e iniciar conversación. Ya en confianza, Apolonia le preguntó a Sonia por su trabajo en el aeropuerto. La joven le comentó que la paga no estaba mal, pero que el trabajo se había tornado muy peligroso. Según relató Sonia –quien pertenecía al personal de seguridad- el peligro se debe al control de la Guardia Nacional sobre las drogas que ingresan al país por esa vía. Aparentemente “controlan” (en el sentido más jivariano de la palabra) el tráfico de sustancias ilegales en el aeropuerto y, en caso de que la cosa se ponga muy caliente con algún superior, utilizan como chivos (o chinos) expiatorios a la gente de seguridad como Sonia. Tienen que soportar , a diario, los vejámenes y abusos de aquellos cuya divisa solía ser el honor.      

La historia de Sonia le hizo imposible a Apolonia aguantarse la cara de burro ante la funcionaria de la Guardia Nacional que la cacheó antes de abordar el avión. La mujer, al notar la mueca de nuestra heroína, le replicó –con un acento de dudosa procedencia- ¡Si no le gusta la regreso!

Apolonia me insiste que el acento de la mujer no era de aquí –según ella cubano-. Yo no creo. Estoy seguro que la funcionaria era bien criolla. Para mí esto es otro aporte del Comandante-Presidente que, para quien no se haya dado cuenta, cambió el acento ya hace un rato.

Hoy, el Buda de Sabaneta es el antivenezolano. En su afán porque el pueblo se identifique con él, ha creado un tipo de identidad nueva que nada tiene que ver con lo que significa ser venezolano. Desde el cambio de simbología hasta el nuevo modo de hablar.

Pero hay esperanza. En el encuentro entre Sonia –empleado público de Catia la Mar- y Apolonia –abogada del este de Caracas- ambas mujeres se identificaron con aquella complicidad fraterna que, en caso que lo hayamos olvidado, era una cualidad típica de los venezolanos.

Algo está cambiando…

No comments:

Post a Comment