Friday, March 30, 2012

Los libros



Torturo libros. Desde hace años ya. Quizás más de ochenta. No recuerdo cuándo empecé. Pero estoy seguro que desde el principio —aquel lamentable día en que aprendí a leer— los he torturado y se, también, que siempre ha sido un placer. Torturarlos, por supuesto. 

Los vejo. Estrujo sus páginas. Les manoseo. Las enrollo detrás de la carátula y las aprieto firmes mientras leo. Doblo sus puntas para marcarlas. Y a veces, cuando me aburren o nada más tienen que ofrecer, quedan así, dobladas eternamente en el mismo sitio. No me importa si es en la mitad o principio de la obra. 

Los irrespeto. Los marco con mi nombre como hierro en ganado. Les rayo, subrayo, escribo, anoto y garabateo. Los utilicé de libreta e incluso, alguna vez —en una época antigua—, llegué a arrancar alguna hoja para apuntar el teléfono de alguna joven de la facultad. No hay lugar sagrado entre las páginas de un libro. 

Los humillo. Cuento sus páginas con impaciencia. Salto líneas, hojas y capítulos. Leer es un proceso doloroso y cada libro un pequeño parto. 

Los abandono. Quedan en mis estantes, anaqueles y tramos, eternamente. Me olvido de ellos. Dejo que un manto de polvo los cubra y los entierre. Dejo que la humedad haga lo suyo. Los hace inaccesibles. Pinta sus páginas de amarillo. Y envenena a quien ose tocarlos. El encierro los convierte en trofeos y evidencia de una vida. Un epílogo que grita: ¡Estuve aquí! 

Mi biblioteca es una cárcel, una mazmorra. 

Eso es lo que hago: torturarlos. Siempre lo he hecho. Y ahora, que estoy decrépito y casi moribundo, han decidido vengarse. Habrán pasado años fraguando su plan. Viéndome desde sus estantes polvorientos. Esperando por esa maldita revista que lo empezó todo. Esa revista que por accidente algún nieto, convertido en cómplice sin quererlo, dejó en mi biblioteca. Por días estuvo allí, reposando a un lado del cenicero ámbar sobre la mesa de café. Aguardó por el momento preciso. Me estudió, ahora lo sé. Aprendió mi rutina. Sabía que después de mis dos whiskys de las cuatro, me quedaba dormido con un cigarrillo encendido en la mano derecha, colgando sobre el cenicero. Esperó y me veló. Esperó y se acomodó sobre el lugar donde debían caer las cenizas. Y cuando la colilla, casi consumida, se resbaló de entre mis dedos, la revista la atajó. Prendió silenciosamente mientras yo yacía dormido. Los libros regados a su lado, sobre la mesa de café, irían pasándose la llama lentamente y sin hacer ruido. Proust, Wilde, Joyce, Poe, Hemingway, arde Dante. Se irían pasando el fuego en cadena, hasta llegar al estante más cercano, el de las enciclopedias. Endemoniadas enciclopedias. Olvidadas desde hace más de veinte años. Ardieron con rabia. Probablemente más rápido que los demás, sin disfrutarlo. Me fueron flanqueando. Libros de viaje, poesía, literatura, historia y derecho. Me rodearon silenciosamente y no fue hasta el desplome del anaquel de arte frente a la puerta —para asegurar mi encierro— que desperté. Abrí los ojos de aquel sueño en que torturaba felizmente alguna novelilla de bolsillo, para encontrarme rodeado de humo y llamas en tonos de azul, verde, violeta, rojo y amarillo. 

Mi única esperanza de escape se encontraba sobre la biblioteca de autores latinoamericanos, la única que permanecía intacta. Una ventana, un tragaluz, que hace tiempo alguna mujer tediosa y exigente hizo abrir, prometía llevarme a buen resguardo. La estantería haría las veces de escalera de escape. Con la precaria agilidad que mis años me dejaron salté sobre el mueble para llegar a la ventana. Lo sentí firme bajo mis pies y recordé, con aire triunfal, cuando tantos años atrás decidí clavarla y asegurarla a la pared. Uno, dos, cuatro estantes, seis y mi brazo estirado y harapiento alcanzó abrir la ventana con un incómodo empujón. La corriente de aire que entró por la escotilla avivó el fuego de tal manera que sentí una onda sofocante posarse sobre mi espalda. Un último esfuerzo de mis débiles piernas rompió la tabla bajo mis pies y luego el cuarto, tercero, segundo y primer estante. Una avalancha de Paz, Cortázar, Gallegos, Rulfo, Fuentes, Garmendia, Borges, Roa Bastos, García Márquez y Vargas Llosa, se vino sobre mi como un alud de papel, polvo y telarañas. Me arroparon y quedé inmóvil. Bajo aquella mórbida cobija sentí un calor que pronto dejaría de ser agradable. Los libros empezaron a arder jovialmente a mi alrededor. Como si rieran de mí, en alegre candela. 

Y quedé en este sitio, sembrado, esperando las llamas de la venganza. 

Revista Clímax - marzo 2012

Wednesday, March 28, 2012

Alcabala

En la escuela de derecho tomé una electiva de derechos humanos. La escogí entre diez materias para cumplir con el curso de seminario. Me sentí nobilísimo con mi escogencia, con seguridad mucho mejor que mis amigos: Ricardo, quien se decidió por el de Tránsito en busca de una materia práctica que le sirviera para algo “así sea para no dejarme joder por los pacos” y Francisco, que se inscribió en el curso de derecho canónico del padre Arruza, creyendo que sus años en el Colegio San Ignacio le servirían de palanca con el viejo y cascarrabias sacerdote.

Thursday, March 22, 2012

Llueve, escampa, y el Sol sale para todos

"...tú te la juegas si andas diciendo lo que tú piensas..."
Para Carmencita y su talento para oler una etapa cumbre a meses de su llegada.

José Ignacio Cabrujas dijo alguna vez sobre la telenovela: se trata de una historia que tiene 199 malas noticias y una sola buena noticia que ocurre en el último capítulo. Un ejemplo ilustrativo: Niña pobre se enamora de niño rico. Niña pobre empieza a trabajar lavando los calzones de niño rico. Niño rico preña a niña pobre para luego enterarse, que niña pobre es hija de los padres de niño rico —quienes acostumbran desayunar con Mimosas en la terraza de su mansión—. ¡Horror! Ella se queda ciega, él lo pierde todo y se casa, por dinero, con la gemela malvada de la otrora niña pobre que ahora es rica porque construyó un imperio vendiendo obleas con dulce de leche.

Thursday, March 1, 2012

Another one bites the dust


Para leer la versión en inglés en Caracas Chronicles, hacer click aquí: Another one writes the post 
 
Tras años de lucha contra el SIDA, Freddy Mercury murió una tarde de noviembre de 1991, y con él, un proyecto musical llamado Queen. Nunca hubo duda, Freddy Mercury era Queen. Poco hubiesen importado los esfuerzos del guitarrista Brian May por encontrar un reemplazo adecuado —uno que no se sintiera como una vulgar imitación del Sr. Mercury— o por darle un corte distinto a la banda: la reina había muerto.

Durante la convalecencia del famoso cantante inglés de ascendencia indoeuropea, éste negó en repetidas ocasiones su situación. Incluso cuando su deterioro físico por causa de la enfermedad era más que evidente, Mercury negó a los medios que su condición fuera tan seria como se especulaba.

En vez de descansar y tratarse como correspondía, Mercury trató de mantenerse activo. Pero poco pudo el titán contra una enfermedad, que en aquella época tenía la mortal connotación de “cáncer”. Poco a poco fue desapareciendo de la escena pública. Su última aparición, fue gracias a un sobrehumano esfuerzo con el que grabó el video de These are the Days of Our Lives, pocos meses antes de su muerte.

Mercury mantuvo las informaciones sobre su enfermedad bajo gran hermetismo mientras pudo:

“Respondiendo a las informaciones y conjeturas que sobre mi han aparecido en la prensa desde hace dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo SIDA. He procurado mantener oculta esta información para proteger mi vida y la de quienes me rodean, pero ha llegado el momento de que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad y espero que todos se unan a mi, a mis médicos y a todos cuantos luchan por combatir esta terrible enfermedad. La privacidad siempre ha sido muy importante para mi y siempre he sido conocido por haber concedido pocas entrevistas. Por favor entiendan que ésta política se mantendrá.”

Poco más de veinticuatro horas luego de que su equipo hiciera pública esta declaración, Mercury murió.

Por años se escucharon propuestas de reemplazos de Mercury para relanzar la banda. Se habló de su íntimo amigo Elton John, también del polifacético David Bowie —cuyo aporte a la banda como compositor y acompañante en el éxito Under Pressure era ampliamente conocido— y recientemente de Robbie Williams. Paul Rodgers los acompañó por cinco años entre 2004 y 2009, pero siempre como Queen + Paul Rodgers; con lo cual queda claro que cualquier cosa que hiciesen sería cualquier vaina menos Queen, porque Freddy Mercury era Queen.

La reina ha muerto. Dejó su marca indeleble en la historia del rock & roll y a un despechado club de fans, que con el tiempo —sin dejar de tenerla en especial consideración—, pasaría la página para seguir a otros artistas y venerar a otros dioses. Como pasa con todo.