Thursday, March 22, 2012

Llueve, escampa, y el Sol sale para todos

"...tú te la juegas si andas diciendo lo que tú piensas..."
Para Carmencita y su talento para oler una etapa cumbre a meses de su llegada.

José Ignacio Cabrujas dijo alguna vez sobre la telenovela: se trata de una historia que tiene 199 malas noticias y una sola buena noticia que ocurre en el último capítulo. Un ejemplo ilustrativo: Niña pobre se enamora de niño rico. Niña pobre empieza a trabajar lavando los calzones de niño rico. Niño rico preña a niña pobre para luego enterarse, que niña pobre es hija de los padres de niño rico —quienes acostumbran desayunar con Mimosas en la terraza de su mansión—. ¡Horror! Ella se queda ciega, él lo pierde todo y se casa, por dinero, con la gemela malvada de la otrora niña pobre que ahora es rica porque construyó un imperio vendiendo obleas con dulce de leche.

En el capítulo final se descubre que no son hermanos y que el primogénito no nacerá con rabo de cochino, gracias virgencita. Ella se cura. Se casan, se casa todo el mundo. Quince bodas. Niño rico recupera sus reales y la gemela malvada desaparece de la faz de la tierra luego de haber mordido su propia manzana envenenada. Fin.

A eso los expertos llaman telenovela rosa.

En la otra acera están las de ruptura. Ni para el más vernáculo de los machos hay pena en admitir haber sintonizado Por estas calles (1992-1994), esa telenovela de ruptura que caló y definió la cultura popular venezolana como ningún otro programa lo ha hecho.

Lo que se oía en la calle se decía en la novela (y viceversa). El business as usual de la tecnocracia fue rápidamente sustituido por una frase un tanto más autóctona y descriptiva de lo que somos: como vaya viniendo, vamos viendo. Eudomar Santos se convirtió en el gurú de la sociedad venezolana, la gente caminaba con su tumbao y piropeaba a su son.

El país estaba sumido en la antipolítica y, Por estas calles, además de espejo (en algunos casos profético) fungía como agudo editorial de la situación que se estaba viviendo. En la entrevista a Ibsen Martínez que la periodista Mirtha Rivero publica en su libro La Rebelión de los Náufragos (Editorial Alfa, 2010), el autor admite sentirse “responsable de haber dado un granito de arena a la antipolítica” y, en consecuencia, a esa conjura que de alguna manera contribuyó a desmantelar el gobierno de Carlos Andrés Pérez (II).

Una década más tarde, entre 2003 y 2004, Venezuela atravesaba una nueva coyuntura política e institucional. El referéndum revocatorio del Presidente de la República estaba en puertas y un tenso clima abrumaba a la sociedad venezolana. Cosita Rica estaba de moda y era transmitida por Venevisión en horario estelar. Esta producción, de la pluma de Leonardo Padrón, mezclaba elementos de telenovela rosa con contenido de ruptura. Mostraba, sin tapujos, el ambiente polarizado que se vivía en la calle.

El villano del show era un empresario déspota, loco por el poder, quien, paradójicamente, era sometido a un proceso para removerlo de su cargo. Tanto el Ministerio de Comunicación e Información como el Comando Maisanta ejercieron presión para que el revocatorio a Olegario Pérez —villano estrella de la telenovela encarnado por Carlos Cruz— fuese suspendido hasta después del de Hugo Chávez. Sobre este episodio, la profesora Carolina Acosta-Alzuru hace un excelente y muy profundo análisis en su libro Venezuela es una telenovela (Editorial Alfa, 2007).

Hacer un análisis jurídico sobre lo que vino después, Ley RESORTE (2004) —la cual entra en vigencia en menos de 4 meses después del capítulo final de Cosita Rica— y su gemela malvada la Ley RESORTEME (2011), al igual que tantos otros temas legales de los últimos tiempos, puede tornarse en una tarea de una aridez somnífera. Vale más, en todo caso, el análisis de quien conoce las entrañas del animal como nadie.

En la opinión de la ya mentada profesora Acosta-Alzuru, más allá de las inconsistencias de los instrumentos legales que se implementaron para regular contenidos, el efecto más importante lo tuvo el cierre de RCTV y que, como consecuencia, “la autocensura se ha convertido en un mecanismo de supervivencia para los canales que tenemos al aire y que producen y/o transmiten telenovelas”.

Para la profesora, la mordaz consecuencia de todo esto es que “nuestra telenovela ha perdido actualidad y riesgo. Se ha vuelto pacata. Y así no dialoga con el país de la manera que solo ella puede hacerlo. Nuestros escritores, aún los que escriben las telenovelas más tradicionales, lo hacen dentro de una camisa de fuerza. En Venezuela ya no se pueden hacer telenovelas que reflejen/editorialicen/generen reflexión sobre el ámbito político del país. Creo que mientras tengamos el contexto político actual, seguiremos viendo a la telenovela venezolana evadir la realidad y a los escritores que se nieguen a eso haciendo cabriolas para expresarse.”

La libertad de expresión, por su condición de derecho humano, siempre estará por encima de cualquier interés político. Poco importa si el público es tan inmaduro como para dejarse manipular por un programa de televisión o si las autoridades se sienten aludidas o desprestigiadas por su contenido. El contexto histórico es el lienzo donde se deben pintar nuestras historias. Negarlo o limitarlo, sería atentar contra nuestra memoria e identidad.

Tiempos de gran creatividad y menos pacatería están a la vuelta de la esquina. Y cuando lleguen, tendremos mucho material para cine literatura y, por supuesto, telenovelas. En palabras de la profesora: “hay tantas historias por contar…”

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