Friday, October 7, 2011

Encrucijada


Cuento Publicado en Revista Clímax (02/09/11)

—Seguimos aquí en Más sabe el Diablo. Con lo mejor del blues y el rock & roll, a través del dial de la bestia, carretera al infierno, 99.9. Velándoles el insomnio hasta las tres de la mañana. Ahora, para variar: sus “majestades satánicas”.

“Please allow me to introduce myself
I am a man of wealth and taste…”

El turno de la madrugada había sido el gran logro de mi vida. Ponía la música que me gustaba y nada más. Solo, sin control ni censura. Pero esa noche, mientras sonaban las congas introductorias de aquel himno de maldad que es Simpatía por el Diablo, mi deliciosa soledad fue interrumpida con tres golpes secos a la puerta de la cabina de radio. Al abrir, me encontré con un hombre espigado y viejo, vestido con jeans y franela negra. Su rostro, no lo recuerdo. La conversación, nunca la olvidaré.

—Tengo años observándote, Andrés —dijo el hombre, mientras se acomodaba en la silla opuesta a la mía.
— ¿Años observándome?
—Mejor dicho, escuchándote. Me gusta mucho tu programa, pinchas buena música. Y todo el tema es… bueno, tengo que admitir que es halagador.
— ¿Quién es usted?
—Tengo muchos nombres y ninguno es de mi predilección —respondió mientras acariciaba la carátula del disco de los Stones que estaba sonando— Lucifer, Belcebú, Satanás, bla, bla, bla; pero tú, Andrés, puedes llamarme Mick.
— ¿Y por qué está aquí?
—Pues para la entrevista ¿para qué más?

Su voz era cariñosa, hipnótica y arrulladora. Algo en su porte me era familiar, como un abuelo. Me sentí cómodo siguiéndole la corriente. Entonces, comencé con la improvisada entrevista:

—Esta noche les tenemos una sorpresa muy especial. El Príncipe de las Tinieblas en persona o, como prefiere que le llamen, Mick.

—Muchas gracias por recibirme en este “mi programa”, aparentemente. Porque soy yo el que más sabe por viejo ¿cierto?

—Empecemos por lo básico: ¿Cuál es la música qué más le gusta, Mick?

—Tú mejor que nadie sabes que lo mío es el blues. He guiado las manos y las mentes de los más talentosos músicos para hacer de esa sencilla progresión mi propia banda sonora. Estuve ahí, desde el comienzo, gestándola en los corazones de los esclavos en las plantaciones del sur de los Estados Unidos. La cercanía de esos hombres y mujeres al vudú y la magia negra me permitió plantar la semilla con facilidad. Y cuando estuvo lista, bastó con sentarme al lado de un tal WC Handy, en una vieja estación de tren, y tocar un par de acordes para llamar su atención. Handy tenía años buscando un nuevo sonido, algo fuera de lo común, que lo sacara de las orquestas de música religiosa y de los viejos standards americanos. Desesperado, pidió mi ayuda. Hicimos un trato y lo convertí en el precursor del blues. Eso fue hace más de cien años. El resto es historia.

—Déjeme adivinar: “cuidado con lo que deseas porque puedes recibirlo.”

—Pues no, cumplo a cabalidad con mis promesas y mis contrapartes quedan bastante satisfechas con lo que reciben. No hay trampas, no hay trucos. Doy lo que me piden y cobro lo acordado.

—Entonces, podemos decir que el Diablo camina por la tierra haciendo milagros.

—Milagros no. Deberías saber que los milagros no son mi departamento. Lo mío son deseos terrenales. Concedo lo posible. Por ejemplo, yo sé, Andrés, que uno de tus tormentos más grandes es la juventud desperdiciada. Quisiste vivir de tu música. En tu cabeza, crees que pudiste hacer mucho más con tu talento, pero la flojera innata, que crees tener, no te lo permitió. Por más que tú y yo hiciésemos un pacto y, por más que yo quisiera, no podría darte juventud. No puedo borrar tus canas ni plancharte las arrugas, menos todavía podría rebajarte la barriga, para eso sí requerirías de un verdadero milagro. Lo que sí puedo, es hacerte famoso con tus talentos. De alguna manera, recuperar ese tiempo perdido.

— ¿Y cuál es el pago por sus favores?

—Pues la respuesta es obvia: el alma, por supuesto.

— ¿Qué significa venderle el alma al Diablo?

— ¡Excelente pregunta! El alma, Andrés, aunque tú no creas, es lo más puro y valioso que tiene una persona. Es lo único eterno, amigo mío. El alma es tu ticket al paraíso, al infinito y al vendérmela, cuando mueras, simplemente se apagará la luz.

—Alto precio, para quien crea en esas cosas, claro. Damas y caballeros, para los que nos están sintonizando en este momento, la noche de hoy tenemos a un invitado de ultratumba, estamos conversando con el Diablo. Mick, estabas diciendo que tus favores se pagan con el alma, ahora ¿qué pasa si alguien se arrepiente y quiere cancelar el contrato?

—Podrás imaginar, mi querido amigo, que tengo a los mejores abogados a mi lado. Son un mal necesario pues ya los contratos no se firman con sangre, se imprimen en papel bond y tinta negra. La penalidad por incumplimiento es muy justa y sencilla. Quién se retracte, tendrá que entregarme aquello que represente el afecto más importante en su vida, el problema —y aquí es donde entran mis fantásticos abogados— es que no siempre sabrá exactamente lo que es. Hay quienes piensan que pueden vivir sin un artefacto, una persona, una meta cumplida, cancelan el contrato y yo les quito algo que no esperaban. Tú conoces muy bien la historia de Robert Johnson, ahora lo llaman el Padre del Delta Blues. El anhelo más grande del señor Johnson fue convertirse en una leyenda viviente. Tras un encuentro en una oscura carretera de Missisipi, afiné su guitarra y le enseñé un par de tonadas. El muchacho perfeccionó su técnica y, con lo que aprendió de mí, compuso Crossroads, esa vieja canción donde relató nuestro encuentro. Pero el muchacho venía de una familia muy religiosa. Al poco tiempo vino a pedirme su alma de vuelta. Yo se la entregué y, a cambio, le quité la vida. Se convirtió en una leyenda, pero décadas después de su muerte. La gente siempre ha dicho que la música de Robert Johnson sonaba como si tocará dos guitarras al mismo tiempo. En cierta forma era verdad. Por un lado tocaba él y, por el otro, tocaba yo.

—Increíble ¿alguna otra historia de famosos retractándose de sus promesas?

—George Harrison, por ejemplo, trató de rescindir el contrato involucrándose con cuanta religión pudo. Pero al final, le quité el amor de su esposa, Pattie Boyd, y eventualmente la puse en manos de Eric Clapton, su mejor amigo. 

— ¿Y Clapton? ¿Su talento también es comprado?

¿Eric? Jamás, su talento sí es nato. No, Eric quería otra cosa, el amor de una mujer y, como te dije, la puse en sus manos. El gran Slowhand pasó años tratando de llamar mi atención y solo pudo invocarme tras grabar una magnífica versión de Crossroads, la canción que Robert Johnson me dedicó. Lamentablemente, luego de haberle entregado el cariño de la ex de Harrison, el hombre se echó para atrás. Tuve que esperar años antes de encontrar algo que calificara para compensar mi pérdida. Y entonces, en 1986, Eric tuvo un hijo.

—Entonces, la muerte del hijo de Clapton…

—Más que suficiente pago por el valor de su alma. Puedo pasar horas enumerándote historias de famosos: Apunté la escopeta de Cobain; fui dealer de Morrison, Hendrix, Joplin y mejor ni hablemos de El Rey. Todos ellos se retractaron y pasaron, como dirían ustedes, a mejor vida.

—Mick, lo siento, pero cuando hablas de vida eterna, me pierdes.

—Pues entonces, estás en la mejor de las posiciones, Andrés. Y aquí llegamos al verdadero motivo de mi visita. Me caes bien y quiero ayudarte. Puedes verlo como una apuesta: si yo digo la verdad, cumplo tus deseos y me quedo con tu alma. Si no, tú continuarás con tu vida simplona hasta el día que te mueras. En cualquier caso, tendrás la seguridad que al final las cosas serán exactamente como crees que son. Se apaga la luz y ya. Tienes las reglas claras. Piénsatelo Andrés, en menos de tres meses recibirás mi oferta formal. No te arrepentirás, espero. Entre tanto, te agradezco me complazcas con una canción. Tú sabes cuál.


Han pasado dos meses y veintinueve días desde mi encuentro con Mick. No lo he vuelto a ver. Sin embargo, desde que algún loco montó el audio de mi entrevista con “el Diablo” en Youtube, la cuestión se ha convertido en un fenómeno mundial. Ahora, me encuentro sentado en las oficinas de la Warner Bros. Me ofrecen un contrato discográfico incluyendo película y libro. Bolígrafo en mano y listo para firmar, tormentosas preguntas azotan mi cabeza: ¿Será que Mick era el Diablo y está cumpliendo su parte? —De ser así— ¿Existirá un más allá, un Dios, un alma? ¿Vendrá a cobrar? La única certeza que tengo en este momento, es que la promesa de cumplir todos mis sueños y anhelos, yace frente a mí, en un maldito contrato, redactado por abogados e impreso en papel bond y tinta negra.

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