Yo no viví la época de los discos de pasta. Yo soy de la época de los minicomponentes no tan mini que traían radio, doble cassette, CD changer de 5, ecualizador y, como si fuera el frosting de la torta, una aguja en el tope. En un limbo entre el cassette y el Ipod, mi contacto más cercano con el Long Play fue cuando estuve en la Universidad. Teníamos la costumbre de estudiar siempre en la misma biblioteca de un viejo amigo que hace mucho tiempo ya no veo. La biblioteca, además de tener una colección de libros que iba desde la Puertas de la Percepción de Huxley hasta el libro de Mormón, estaba equipada con una cantidad de artefactos casi inservibles y perfectos para procrastinar hasta la muerte. Una Stratocaster a la que le faltaban dos cuerdas, VHS, Beta, equipo fotográfico y químicos de revelado con su respectivo cuarto oscuro improvisado en el baño, unas congas, el cooler con nuestra colección de cenizas y un viejo tocadiscos que venía acompañado de una caja polvorienta llena de joyas del Rock & Roll. Nuestras sesiones de estudio se convertían en largas tertulias sobre música y cine. Un día, con pocas horas antes del examen y ya bien adentrados en la hora del lobo, vino en mano y buscando excusas para distraernos del hecho de que no íbamos a terminar la materia, sacamos la caja de discos que mi amigo consideraba su mas preciado tesoro. En una época pregoogle y prewikipedia cuando las leyendas todavía corrían por word of mouth, fue que por primera vez oí un mensaje oculto en un disco de pasta. Ese disco fue The White Album de los Beatles. Al final de la canción I´m so tired John Lennon dice algo imposible de entender que, puesto al revés, suena como “Paul is a dead man miss him, miss him”. El vinyl nos habló una y otra vez confirmándonos, con más certeza cada vez, que un fantasma nos estaba revelando el secreto de la muerte de su colega. No se si era por el stress del examen, los vinos, los químicos del cuarto oscuro o la hora del lobo pero estaba asustado como pocas veces en mi vida. Era como un macabro juego de la Ouija donde nada más y nada menos, John Lennon se burlaba de nosotros desde el más allá. No pude manejar a mi casa y no pudimos estudiar más. Si el profesor hubiese preguntado cuantas personas pasaron por el roster de los Beatles no habría perdido ese verano estudiando Derecho Precesal, gracias John. Sin embargo, no me arrepiento. Esas sesiones me enseñaron más de la vida que cualquier Universidad y despertaron mi interés por temas mas trascendentales que la trabasón de la litis. Mi fascinación por los Beatles empezó ahí, tarde.
Me di cuenta que a los 21 años no sabía nada de esta increíble banda, que en un espacio de escasos 8 años sacaron alrededor de 12 álbumes de estudio , 13 EPs y 22 singles; se inventaron y reiventaron infinidad de veces imponiéndole su estilo como dogma a sus fans, invadieron al Mundo y sin duda alguna, lo cambiaron.
Me enfermé y obsesioné. El diagnóstico era obvio, Beatlemania.
Sentía una terrible envidia por la gente que tuvo la oportunidad de verlos en vivo. Una terrible envidia por no tener mi propio momento Beatle. John Lennon había muerto y ya no podría haber ni un reencuentro. Al poco tiempo de mi encuentro con el fantasma de John, George murió. Imposible.
Nunca pensé que Paul y yo coincidiríamos en Miami, ciudad que hace tantos años le abrió las puertas a los invasores de la Gran Bretaña.
El crowd era fascinante. Había de todo. Los típicos freaks de convención de comics disfrazados de distintas eras de los cuatro de Liverpool, legiones de Baby Boomers con toda su prole, Emos, Emmas, punks, gente común, gente extraordinaria, el autobús del geriátrico y hasta una pareja de Islandeses. Caminar por los pasillos del Sun Stadium era parecido a caminar por Strawberry Fields en NY, donde se escucha a gente cantando y tarareando cualquier cantidad de canciones de la banda “words are flowing just like endless rain… dada singin´ in the dead of night…and when I am away…about a lucky man who made the grade…NA NAA NAAA NANANA NAAAA.”
Apareció en el escenario vestido con una chaqueta tipo Sargento Pimienta del siglo 21. Las líneas en su cara y sus delicados rasgos de dama inglesa nos confundieron por un momento. 67 años parecían muy pesados para lo que esperábamos. Luego de tocar Venus and Mars, Rock Show y Jet, en lo que denominó el último cambio de vestuario de la noche, el Beatle dejó caer la chaqueta para así salir de su cascarón con All my Loving. En algún lugar leí que McCartney parecía poseído por el espíritu de Bruce Springsteen. Yo diría Bruce Springsteen y toda la E Street Band. Tocó 36 canciones sin parar intercaladas con humor Beatle. La ejecución de cada pieza, mas que perfecta. La banda increíble. Más de dos horas y media de viaje en el tiempo.
Un fuerte olor a hierba nos comprobó que los Baby Boomers habían desempolvado sus Bongs y pipas, y que aprobaban el rumbo que estaba tomando la noche.
Conocía muy poco su trabajo con Wings y como solista, Band on the Run, Dance Tonight, la Bondesque Live and Let Die y algunos otros clásicos. Pero Paul contaba con la ignorancia y el deseo de gente como yo. En la primera mitad del concierto se dedicó a salir de la mayoría de las canciones de la era post Beatle dejando colar algunos éxitos inolvidables como The Long and Winding Road y Something. La interpretación de esta última fue, para mí, uno de los momentos más emotivos de la noche. Introdujo la canción con una anécdota sobre un ukelele que le había regalado George. Luego, procedió a tocar la canción uke en mano (uno de los 5 instrumentos que utilizaría durante la noche) sin más acompañante que su voz, luego del primer verso y coro se empezaron a incorporar los demás instrumentos y la canción cobró todo su esplendor. En el fondo, una pantalla mostraba fotos del fallecido. Parecían sacadas de la gaveta de mesa de noche de la madre de George. Muy personales y sinceras, mostraban a un joven guitarrista que podía ser hermano o primo de cualquiera. Al terminar y justo antes de que se le cortara la nota al público, bromeó sobre cómo Frank Sinatra una vez dijo que su Lennon/McCartney favorita era Something.
Igualmente emotiva fue su interpretación de Here Today, canción que escribió como una oda a John Lennon luego de su asesinato en 1980.
Live and Let Die impresionó a todos con una fiesta de fuegos artificiales que nos cegó en pleno éxtasis. Pero el plato fuerte lo abrió con el regreso a la Unión Soviética y un bombardeo Cold War style que, entre otras, incluyó I´ve got a Feeling, Paperback Writer, Day Tripper, Get Back, Yesterday, Helter Skelter y la tan esperada y coreada Hey Jude. Cuando le tocó el turno a Let it be, los Blackberries reemplazaron lo que alguna vez hubiesen sido yesqueros, velas y pitos de marihuana.
Cerró el concierto de la mejor manera posible. Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band y The End acompañado de un atardecer ficticio que nos despidió melancólicos y satisfechos.
Leyenda Urbana, Beatle prank o cuento de carretera, no importa. Si Paul en efecto murió en un accidente de tránsito en el 66, el Sábado pasado volvió de la tumba para llevarnos al cielo. Y yo estuve ahí.
Le comenté a mi amigo Islandés de cómo mucha gente no entendía mi euforia por el concierto. Este me contestó con un simple y tajante “I don´t want to be part of this universe.”
Te botaste! Casi como si hubiera ido al concierto!
ReplyDeleteLa verdad es que quedé sorprendida!!!!!
ReplyDeleteLograste llevarnos al concierto, pero además lograste mucho más..... trasmitir como cada uno de nosotros tiene "una leyenda" a seguir...
Leyenda que forma parte, en algunos casos de los años de nuestra juventud!!!!!
En mi caso oir a Serrat (que nunca tuvo mucha voz, pero hoy en día, con su cáncer aún menos) es trasportarme a unos años y una época especial. Un viaje en tren desde Barcelona a Lloret de Mar, de pie, en un vagón lleno de gente trabajadora que regresaba a las ciudades dormitorios (y pensar que hoy en día eso toma 20 minutos en carro y por autopista).
Todo lo que escribiste demuestra que Sir Paul, sigue vivo!!!!!
sON TEMAS QUE PARA TI S0N LEJAN0S Y L0GRAS HACERLO VIVIR EN EL PRESENTE. QUE BIEN REDACTADO
ReplyDeleteTe quedo de articulo de revista. Me dio justo lo que necesitaba para recordar el disquito de pasta en 45 que me dieron de fin de fiesta en casa de las Iturriagas. Del lado A tenia Penny Lane y del Lado B Hey Jude. Esas canciones las oimos Piu y yo mas que las veces que Laura vio La Novicia Rebelde, My Fair Lady o el Hundimiento del Titanic. De un lado a otro. Y sin saber yo tanto de musica sabiamos que eran genios y que sus canciones calaban.Era suficiente para mi. Antes del concierto no me hubiera matado por ir. Que si el gentio, que no veo, que no oigo, que me empujan, que el esta viejo, que yo tambien, que mejor los audifonos en la casa.Sin contar con que era en Miami. Despues de lo que escribiste, hubiera dado cualquier cosa por ir. Pero tu fuiste! Y escribiste! Bien!
ReplyDelete