Siempre he sido un gran escéptico. La noticia que el niño Jesús no era quien traía los regalos de Navidad, me llevó a cuestionar la existencia del cielo, el alma y Dios. Ante la mirada de angustia de mi madre, el Catolicismo se me desmoronaba como una torre de naipes. Además, aquella nefasta noticia, sirvió la mesa para terribles pesadillas, que iban, desde convertirme en almuerzo de gusanos, hasta perderme en un limbo de la más profunda y eterna oscuridad. Todo eso en la cabeza de un muchachito de ocho años.
Como dije antes, gran escéptico. Pero más allá de la fe en Dios o entregarse a los cuentos chinos de los hombres (y mujeres) de la política, aquellos que vivimos en la tierra de Bolívar –y el prócer de Sabaneta- no podemos darnos el lujo del escepticismo y el maravilloso desprendimiento que trae consigo. Ha llegado el momento de hacer compromisos.
Aunque no soy hombre de creer, creo –porque siento que me lo han demostrado sobremanera en los últimos meses- que los miembros de la unidad llevan rato tomando decisiones acertadas. No se quien los está asesorando, pero aparentemente es la gente correcta. Han mantenido la cohesión y la coherencia, han hablado cuando hemos necesitado que hablen y más importante aún, han sabido callar cuando las circunstancias lo han requerido –y hay que ver que les ha debido costar-. El último en la racha de aciertos, es la firma del “Compromiso por la Unidad”, que más que una promesa política barata es precisamente lo que dice ser, un compromiso frente a una sociedad civil que ha marcado el compás de este merengue criollo.
Aunque no soy hombre de creer, creo –porque siento que me lo han demostrado sobremanera en los últimos meses- que los miembros de la unidad llevan rato tomando decisiones acertadas. No se quien los está asesorando, pero aparentemente es la gente correcta. Han mantenido la cohesión y la coherencia, han hablado cuando hemos necesitado que hablen y más importante aún, han sabido callar cuando las circunstancias lo han requerido –y hay que ver que les ha debido costar-. El último en la racha de aciertos, es la firma del “Compromiso por la Unidad”, que más que una promesa política barata es precisamente lo que dice ser, un compromiso frente a una sociedad civil que ha marcado el compás de este merengue criollo.
Y como es el momento de hacer compromisos, yo también me he comprometido –valga la redundancia- a ser un poco más constructivo a la hora de criticar. Lo que me lleva al tema que realmente quería tocar: la posición cómoda –sin compromisos- de los “indecisos”. No los “indecisos”; yo no voy a hacer lo mismo que el gobierno y la oposición. No los voy a tratar con pinzas.
Los “niní” –y no deja de sorprenderme que la gente se autodenomine de esta manera sin ningún tipo de vergüenza- se han caracterizado por ser los bocones espectadores de un horroroso choque de autopista. Sin ánimos de generalizar (mentira), he llegado a la conclusión que estos amigos indecisos, en algún punto –unos por más tiempo que otros y aunque suene a grosería- tuvieron que haber sido Chavistas. Chavistas desilusionados, con un nivel de moral suficiente como para dejar de serlo, pero con una soberbia Calderista que no les permite bajar la cabeza, admitir el error y terminar de brincar la talanquera (con lo incómodo que es quedarse en medio de una reja). Hacerlo, sería perder el halo radical o, como dicen en el imperio, el edge. HUMILDAD.
No se les pide que dejen la crítica, pero si que dejen la crítica cómoda, la de sofá. Es más, tienen mucho que ofrecer; la opinión y la vigilancia de la sociedad civil han sido y seguirán siendo esenciales para que los representantes de la unidad –quienes, recordemos, no dejan de ser políticos- no se vayan de palos o se pongan agalludos, y mantengan el curso hacia el objetivo, que mas allá de sacar a un Presidente, se trata de arar el campo para el futuro que (ustedes) votaron hace 12 años.
Y si tienen miedo de plegarse porque la unidad es “capitalista”, “imperialista”, “conservadora” y hiede a zamuro, sería bueno recordarles, que Venezuela es un país con dos pies izquierdos –y que quizás por eso no ha aprendido a bailar.
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