Conversaciones a Nivel de Pasillo: Son aquellas conversas que atentan contra la concentración o alimentan la procrastinación en el quehacer diario. También sirven como termómetro de nuestra sanidad mental-
“¡María, usted es una embustera!”
“Nada de embustera, pregúntele usted mismo que aquí mismito la tiene.”
“Diga usted señora Herminia, si lo que me dice aquí su compañera, la distinguida María, es cierto. ¿Es verdad qué después de tanta porquería usted sigue en lo mismo?”
Mi antena política se activó inmediatamente.
“José, yo a usted nada tengo que justificarle. ¡Ni a usted ni a nadie!”
“Pero es que hay que ser bien hipócrita, Herminia, para vivir aquí y andar en eso que anda usted.”
“¿Ve José? Yo se lo dije, esa Herminia es una sinvergüenza, una descarada.”
La consulta sobre la que estaba trabajando tendría que esperar, en el pasillo del baño se estaba guindado la señora del café con el mensajero y la de mantenimiento. Un debate político real, de los que valen en verdad. Nada de cháchara politiquera ni lógica aristocrática.
“Es usted una traidora, Herminia. Una vende patria.”
“Vende patria nada, estabas tu chiquito cuando yo ya estaba en estas andanzas.”
“José yo le dije que la Herminia los apoyaba desde hace bastante tiempo, hasta se pone sus colores cuando sale del trabajo.”
Ya yo había dejado mi puesto y, arriesgando la humillación de ser descubierto en plan de vieja chismosa, pegué mi oreja a la puerta que daba al pasillo del baño.
“Pero claro que me pongo sus colores ¡Magallanera hasta la muerte!”
“Nojose Herminia, usted no tiene salvación.”
“¡Dígale José, dígale! Si sigue por donde mismo termina chavista.”
“¿Chavista, María? ¡Chavista será su abuela nojuegue! Primero caraquista y antes que eso la muerte. ¡Estos caraquistas no saben na´!”
Que papelón.
Mientras saltaba de puntillas hasta mi puesto, pude escucharlos romper en carcajadas al unísono y regodearse en una echadera de vaina fraternal.
“¡María, usted es una embustera!”
“Nada de embustera, pregúntele usted mismo que aquí mismito la tiene.”
“Diga usted señora Herminia, si lo que me dice aquí su compañera, la distinguida María, es cierto. ¿Es verdad qué después de tanta porquería usted sigue en lo mismo?”
Mi antena política se activó inmediatamente.
“José, yo a usted nada tengo que justificarle. ¡Ni a usted ni a nadie!”
“Pero es que hay que ser bien hipócrita, Herminia, para vivir aquí y andar en eso que anda usted.”
“¿Ve José? Yo se lo dije, esa Herminia es una sinvergüenza, una descarada.”
La consulta sobre la que estaba trabajando tendría que esperar, en el pasillo del baño se estaba guindado la señora del café con el mensajero y la de mantenimiento. Un debate político real, de los que valen en verdad. Nada de cháchara politiquera ni lógica aristocrática.
“Es usted una traidora, Herminia. Una vende patria.”
“Vende patria nada, estabas tu chiquito cuando yo ya estaba en estas andanzas.”
“José yo le dije que la Herminia los apoyaba desde hace bastante tiempo, hasta se pone sus colores cuando sale del trabajo.”
Ya yo había dejado mi puesto y, arriesgando la humillación de ser descubierto en plan de vieja chismosa, pegué mi oreja a la puerta que daba al pasillo del baño.
“Pero claro que me pongo sus colores ¡Magallanera hasta la muerte!”
“Nojose Herminia, usted no tiene salvación.”
“¡Dígale José, dígale! Si sigue por donde mismo termina chavista.”
“¿Chavista, María? ¡Chavista será su abuela nojuegue! Primero caraquista y antes que eso la muerte. ¡Estos caraquistas no saben na´!”
Que papelón.
Mientras saltaba de puntillas hasta mi puesto, pude escucharlos romper en carcajadas al unísono y regodearse en una echadera de vaina fraternal.
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