Recuerdo la angustia que significaba cumplir 18. Al menos para mí, la mayoría de edad se encontraba completamente opacada por el tema de la bendita tarjeta militar. Cuentos iban y venían de pobres post-pubertos a quienes retenían por horas poniéndolos a hacer flexiones y sentadillas hasta que vomitaban del agotamiento. Había más de un cuento rodando por ahí, del primo al que le habían rapado el pelo y a quien habían hecho llorar amenazándolo: que por encontrarse en perfectas condiciones físicas iba directo a la academia. Era absolutamente necesario tener más de un par de opciones de Universidades para utilizar como excusa. Los más afortunados eran los “hijos únicos” y ni hablar de los miopes. ¡Bendito sea el pie plano! Cualquier coartada era suficiente para levantar el ánimo y salir del fastidioso trámite. Al final era puro terrorismo psicológico de los militares. Imagino que estarían obstinados de pasar todo el día echados sin emergencia nacional que atender.
Yo nunca fui; nunca me saqué la tarjeta militar. La razón oficial: ¡No creo en la guerra! La verdad: Una mezcla entre cobardía y la más terrible procrastinación. Años después, me pareció leer en alguna parte que luego de transcurridos cuatro años en estatus de “renuente” uno se convertía en “traidor a la patria”. Ese título lo llevé (jocosamente) a mucha honra en tiempos de Chávez.
Cerrando el año pasado, entre la chorrera de leyes que lanzaron cual metralla, estuvo la Ley de Conscripción y Alistamiento Militar. Como si no fuera poco con la cantidad de trabas que existen hoy, hasta para comprar chicle, estaban decididos a agregar un engranaje más a la inmensa maquinaria burocrática venezolana. Amenazaron que ahora, tan necesaria como el RIF, la cédula, la licencia de conducir (con certificado médico incluido), el pasaporte y el carnet del partido, sería la tarjeta militar. ¿Las razones? Inexplicables, como siempre. El hecho es que los gestores hicieron una fortuna tramitando el documentito al gentío que no lo tenía (incluido el suscrito). ¿Y al final? Otra finta, otro tira y encoge.
Ahora, la gran preocupación de las tías, es el tema de la milicia desdentada dando educación premilitar en los colegios. No deja de ser un peligro aprovecharse de ese afán de los venezolanos por formar parte de un club, un cambur, cualquier cosa que les de estatus de VIP, para sembrar en los más jóvenes las bases del pensamiento mediocre. El hombre nuevo del siglo 19. Si pasa de ser cortina de humo y se gradúa para convertirse en un proyecto real, probablemente no pase de un par de Escuelas Bolivarianas; pa la foto. Lo que si es seguro y ha sido harto comprobado, es lo peligroso de tratar de inculcar una ideología como si se tratase de una religión. Con lo difícil y necesario que es separar la religión del gobierno, estás ideologías mesiánicas sembradas desde temprana edad vienen siendo como la Cajita Feliz del infierno. Estoy seguro que la Juventud Nazi empezó de la misma manera que las Guerrillas Comunicacionales (de adolescentes); así pues, sólo nos queda agradecer a la buena providencia, el no haberle dado a esta noble patria la eficiencia y capacidad de ejecución de los alemanes.
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