Cántame una canción al oído y te pongo un cubata - Con una condición: que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata
Joaquín Sabina
No se trata de una discusión ideológica ni de un análisis a la antología de artículos de Yoani Sánchez. Abrimos este espacio con una ligera nota sobre los orígenes y la evolución de aquel sencillo cóctel que, muy lejos del Molotov, nació en el caribe cubano.
Existen varías teorías sobre la creación del Cuba Libre. No se sabe si fue un cubano el primero en ligar sus populares ingredientes o si, por el contrario, fue un americano, tal y como sugiere la gente de Bacardi adjudicándole el crédito a un tal capitán Russel de la caballería de los Estados Unidos. La única certeza, quizás, se encuentre en la fecha. El advenimiento del siglo XX encontró a una Cuba convulsionada –por no decir revolucionada- con el final de la guerra Española/Americana. Los americanos habían desplazado a los españoles y Cuba pasaba a convertirse en una nación independiente. Por las calles de la Habana se celebraba bajo la consigna de guerra “¡Viva Cuba Libre!” Fue en esa época precisamente, que en tradición colonizadora, los soldados americanos introdujeron la Coca-Cola al país caribeño (1900). Sería absolutamente lógico pensar, que durante la celebración independentista, se combinaran aquel tónico del primer mundo con el legendario licor caribeño. Todo lo que tomó fue un brindis: ¡Viva Cuba Libre! De ahí el nombre. En todo caso, prefiero esa historia a las teorías conspirativas de los intelectuales de izquierda, que insisten en que se trató de una estrategia de mercadeo –probablemente ideada por los hombres de Madison Ave.- para la penetración del famoso refresco de cola en Cuba. Gabriel García Márquez, en su artículo Allá por aquellos tiempos de la “coca-cola” (El País/1981), respalda esta teoría.
Cuenta García Márquez que la Coca-Cola fue uno de los primeros productos en desaparecer tras la llegada de la revolución a Cuba. Rápidamente el régimen nacionalizó la fábrica por tratarse de uno de los símbolos más representativos del capitalismo. Fue el Ché Guevara en persona y en su carácter de Ministro de Industria, quien ordenó la creación de un sustituto para la popular gaseosa –que para su pesar, ya se había convertido en parte de la idiosincrasia del cubano-. Ante los ojos de un pueblo que esperaba expectante, el Ché se pronunció, en cadena nacional, para dar parte de las resultas de aquél experimento. “Sabe a cucaracha” dijo ante las cámaras. Qué desilusión. La crónica termina en 1981 cuando, afirma el narrador colombiano, las nuevas generaciones de cubanos –nacidos y residenciados en la isla- habían ya perdido todo tipo de identificación con la gaseosa, tanto así, que el nombre nada les decía. No más Cuba Libre para los cubanos.
La gaseosa regresó a la isla de la mano del boom turístico y se vende a US$ 2,50, para quienes puedan pagar el lujo.
Poco más de noventa millas al norte, en la ciudad de Miami, es muy común que al ordenar un Cuba Libre en la barra de un bar, se oiga a algún cubanillo contestar “saliendo una Mentirita”. Por lo que muchos hispanohablantes reniegan de su latinidad y simplemente lo llaman por su nombre anglosajón “Rum & Coke”.
Los españoles, quienes bastante tienen que ver con la creación del trago –o al menos con su bautizo-, le llaman Cubata. De hecho, en la actualidad, el “apodo” aplica para cualquier mezcla de alcohol con bebida gaseosa. Para mi esto fue toda una revelación, pues por fin entendí lo que negociaba Rocío (Durcal) con Joaquín (Sabina) en Y nos dieron las diez. Un roncito por una canción, un cubata para que le dejara ver sus ojos de gata. Qué perro el Sabina.
“Celebramos con Rum, Scotch & Coke” dice el famoso manager, Brian Epstein, en una de las grabaciones del Beatles Anthology, refiriéndose a la fiesta luego de haber conseguido una audición ante Decca Records. El whisky escocés con Coca-Cola era el trago Beatle por excelencia. Nunca entendí como, teniendo el ron tan cerca –y tratándose de una de las bebidas predilectas de McCartney-, nunca se les ocurrió hacer lo contrario: beber whisky en las rocas y Rum & Coke (Cubata o Cuba Libre).
En Venezuela, hoy gran productor y exportador de ron, por muchos años la alternativa a un Cuba Libre preparado era el Ron con Pecsi (durante décadas Venezuela fue de los pocos países en que la Pepsi se vendía más que la Coca-Cola). Quien haga una rápida búsqueda en Wikipedia, encontrará una supuesta versión venezolana del cóctel. Venezuela Libre, dice la nota, en honor a la cercana relación entre los gobiernos de Cuba y Venezuela en los últimos años: ron oscuro, ron blanco, cola de dieta –probablemente en referencia a la producción en masa de reinas de belleza-, limón y Amargo de Angostura. Patrañas.
Para los sensibles de paladar –como el suscrito- ron blanco en un Cuba Libre es una grosería. Antes de adulterar el trago con ron blanco sería preferible la fórmula hecha popular en el mundo por los Beatles y, particularmente en Venezuela, por el presidente Pérez, esa que los españoles llaman whiskola. El Amargo de Angostura sí es otra historia. El curioso que haya leído alguna vez la etiqueta de aquel menjurje de hiervas aromáticas, sabrá que fue creado en la ciudad de Angostura (hoy ciudad Bolívar), Venezuela. Informa también, la generosa etiqueta, que por su particular aroma y propiedades, se utiliza para realzar el sabor de todo tipo de tragos, cócteles y bebidas alcohólicas. Esto último es cierto y, quizás, el más importante aporte de Venezuela al Cuba Libre.
Así pues, comparto mi versión favorita, la que definitivamente podríamos llamar Cuba Libre con un Twist criollo: Refresco de Cola –preferiblemente de fabricación capitalista-; ron oscuro –añejado y venezolano-; cucharada y media de azúcar –cucharadita, para evitar un coma diabético-; hielo; un cuarto de limón y Amargo de Angostura. Se toma el cuarto de limón y con un mortero se machaca en el fondo de un vaso largo. Se dejan el jugo y la cáscara y se agrega la cucharada(ita) y media de azúcar. Se agrega hielo y se sacude o revuelven los hielos hasta que el azúcar y las partículas del limón queden mezcladas entre el hielo –esta parte asemeja la preparación de la caipirinha brasilera-. Luego el ron. Oscuro. Evitar a toda costa el blanco. Hasta la mitad del vaso por lo menos. El refresco de cola de preferencia se agrega; la cantidad, la mitad del ron, de manera que regañe. El toque final son un par de gotas de amargo de angostura.
La resaca y el empalagamiento varían dependiendo de la calidad del ron y la marca del acompañamiento, pero si las cantidades se mezclan de manera correcta, el efecto es maravillosamente contradictorio. Calienta los huesos al tiempo que refresca la garganta. Un trago mestizo para una gente que a menudo confunde el negro con el blanco y la derecha con la izquierda.