I’ve been looking for a place to write
Nothing here, nothing there
Nothing I could use tonight
Nothing I could use to write
Mi Mac ha pasado incontables días sin apagarse. Todo en un letargo eterno esperando que me caiga del cielo el escritorio perfecto. Un escritorio perfecto como aquella mesita de madera donde Hemingway gozó golpeando las teclas de su máquina de escribir. Aquella mesita que vi desde el otro lado de una reja como si fuera un preso viendo la libertad. Así me sentía. Como un preso. Sin poder escribir. Lleno de ansiedad y el sentimiento del tigre dentro de la jaula que no vacila en darse golpes contra los tubos en búsqueda de la muerte que le alivie de su sufrimiento. Ahí parado en mi prisión al aire libre envidié al viejo. Le envidié el pequeño escritorio con la pequeña silla de madera. Su pequeña silla incómoda cuya comodidad secreta solamente conocía el y nadie más. Vi alrededor y lo imagine escribiendo. Cómodo y felizmente atormentado por todas esas ideas que tenían un sitio por donde salir. Un sitio limpio, o no tanto, pero bien alumbrado, donde escribir. Mientras golpeo las teclas de mi Mac siento como me voy desinflando de la histeria mental que tengo. Sin embargo, sigo pensando en ese piso de arcilla y esa habitación con cuatro ventanas, bien fresca y bien alumbrada. Lo envidio, y la quiero para mi. Luego me pregunto si todos los grandes escritores tenían vidas trágicas y llenas de aventuras, llenas de historias que valen la pena contar y si la mía pudiese servir de inspiración. Luego pienso en los ermitaños que alguna vez conocieron la abundancia de la cultura del mundo y un día se encerraron a escribir a lo Corín Tellado, sentados solos, frente a frente con su imaginación, en una pequeña mesa de madera con una pequeña silla incomoda en una pequeña habitación con cuatro ventanas. He conocido varios lugares así. Y a pesar de que ando errante, a pesar de que me he convertido en un viajante y no tengo donde escribir, llevo mi Mac bajo el brazo y todos esos sitios por dentro. Una silla en un balcón de concreto con vista al mar. Aquél hall sin paredes donde el Ávila desafiante te refresca sin permiso. Una vieja casa de campo en un valle que el tiempo olvidó. El banquito en el parque. El llano de Jorge. Aquél jardincito verde en medio del caos. Y cómo olvidar el apartamento de Paris, donde me enamoré de escribir.
Heme aquí.