Wednesday, October 26, 2011

Cuba Libre

Artículo publicado en Revista Le Concierge edición Octubre-Noviembre 2011 (Versión Completa)



Cántame una canción al oído y te pongo un cubata - Con una condición: que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata
Joaquín Sabina

No se trata de una discusión ideológica ni de un análisis a la antología de artículos de Yoani Sánchez. Abrimos este espacio con una ligera nota sobre los orígenes y la evolución de aquel sencillo cóctel que, muy lejos del Molotov, nació en el caribe cubano.
Existen varías teorías sobre la creación del Cuba Libre. No se sabe si fue un cubano el primero en ligar sus populares ingredientes o si, por el contrario, fue un americano, tal y como sugiere la gente de Bacardi adjudicándole el crédito a un tal capitán Russel de la caballería de los Estados Unidos. La única certeza, quizás, se encuentre en la fecha. El advenimiento del siglo XX encontró a una Cuba convulsionada –por no decir revolucionada- con el final de la guerra Española/Americana. Los americanos habían desplazado a los españoles y Cuba pasaba a convertirse en una nación independiente.  Por las calles de la Habana se celebraba bajo la consigna de guerra “¡Viva Cuba Libre!” Fue en esa época precisamente, que en tradición colonizadora, los soldados americanos introdujeron la Coca-Cola al país caribeño (1900). Sería absolutamente lógico pensar, que durante la celebración independentista, se combinaran aquel tónico del primer mundo con el legendario licor caribeño. Todo lo que tomó fue un brindis: ¡Viva Cuba Libre! De ahí el nombre. En todo caso, prefiero esa historia a las teorías conspirativas de los intelectuales de izquierda, que insisten en que se trató de una estrategia de mercadeo –probablemente ideada por los hombres de Madison Ave.- para la penetración del famoso refresco de cola en Cuba. Gabriel García Márquez, en su artículo Allá por aquellos tiempos de la “coca-cola” (El País/1981), respalda esta teoría.
Cuenta García Márquez que la Coca-Cola fue uno de los primeros productos en desaparecer tras la llegada de la revolución a Cuba. Rápidamente el régimen nacionalizó la fábrica por tratarse de uno de los símbolos más representativos del capitalismo. Fue el Ché Guevara en persona y en su carácter de Ministro de Industria, quien ordenó la creación de un sustituto para la popular gaseosa –que para su pesar, ya se había convertido en parte de la idiosincrasia del cubano-. Ante los ojos de un pueblo que esperaba expectante, el Ché se pronunció, en cadena nacional, para dar parte de las resultas de aquél experimento. “Sabe a cucaracha” dijo ante las cámaras. Qué desilusión. La crónica termina en 1981 cuando, afirma el narrador colombiano, las nuevas generaciones de cubanos –nacidos y residenciados en la isla- habían ya perdido todo tipo de identificación con la gaseosa, tanto así, que el nombre nada les decía. No más Cuba Libre para los cubanos.

La gaseosa regresó a la isla de la mano del boom turístico y se vende a US$ 2,50, para quienes puedan pagar el lujo.
Poco más de noventa millas al norte, en la ciudad de Miami, es muy común que al ordenar un Cuba Libre en la barra de un bar, se oiga a algún cubanillo contestar “saliendo una Mentirita”. Por lo que muchos hispanohablantes reniegan de su latinidad y simplemente lo llaman por su nombre anglosajón “Rum & Coke”.
Los españoles, quienes bastante tienen que ver con la creación del trago –o al menos con su bautizo-, le llaman Cubata. De hecho, en la actualidad, el “apodo” aplica para cualquier mezcla de alcohol con bebida gaseosa. Para mi esto fue toda una revelación, pues por fin entendí lo que negociaba Rocío (Durcal) con Joaquín (Sabina) en Y nos dieron las diez. Un roncito por una canción, un cubata para que le dejara ver sus ojos de gata. Qué perro el Sabina.
“Celebramos con Rum, Scotch & Coke” dice el famoso manager, Brian Epstein, en una de las grabaciones del Beatles Anthology, refiriéndose a la fiesta luego de haber conseguido una audición ante Decca Records. El whisky escocés con Coca-Cola era el trago Beatle por excelencia. Nunca entendí como, teniendo el ron tan cerca –y tratándose de una de las bebidas predilectas de McCartney-, nunca se les ocurrió hacer lo contrario: beber whisky en las rocas y Rum & Coke (Cubata o Cuba Libre).
En Venezuela, hoy gran productor y exportador de ron, por muchos años la alternativa a un Cuba Libre preparado era el Ron con Pecsi (durante décadas Venezuela fue de los pocos países en que la Pepsi se vendía más que la Coca-Cola). Quien haga una rápida búsqueda en Wikipedia, encontrará una supuesta versión venezolana del cóctel. Venezuela Libre, dice la nota, en honor a la cercana relación entre los gobiernos de Cuba y Venezuela en los últimos años: ron oscuro, ron blanco, cola de dieta –probablemente en referencia a la producción en masa de reinas de belleza-, limón y Amargo de Angostura. Patrañas.
Para los sensibles de paladar –como el suscrito- ron blanco en un Cuba Libre es una grosería. Antes de adulterar el trago con ron blanco sería preferible la fórmula hecha popular en el mundo por los Beatles y, particularmente en Venezuela, por el presidente Pérez, esa que los españoles llaman whiskola. El Amargo de Angostura sí es otra historia. El curioso que haya leído alguna vez la etiqueta de aquel menjurje de hiervas aromáticas, sabrá que fue creado en la ciudad de Angostura (hoy ciudad Bolívar), Venezuela. Informa también, la generosa etiqueta, que por su particular aroma y propiedades, se utiliza para realzar el sabor de todo tipo de tragos, cócteles y bebidas alcohólicas. Esto último es cierto y, quizás, el más importante aporte de Venezuela al Cuba Libre.

Así pues, comparto mi versión favorita, la que definitivamente podríamos llamar Cuba Libre con un Twist criollo: Refresco de Cola –preferiblemente de fabricación capitalista-; ron oscuro –añejado y venezolano-; cucharada y media de azúcar –cucharadita, para evitar un coma diabético-; hielo; un cuarto de limón y Amargo de Angostura. Se toma el cuarto de limón y con un mortero se machaca en el fondo de un vaso largo. Se dejan el jugo y la cáscara y se agrega la cucharada(ita) y media de azúcar. Se agrega hielo y se sacude o revuelven los hielos hasta que el azúcar y las partículas del limón queden mezcladas entre el hielo –esta parte asemeja la preparación de la caipirinha brasilera-. Luego el ron. Oscuro. Evitar a toda costa el blanco. Hasta la mitad del vaso por lo menos. El refresco de cola de preferencia se agrega; la cantidad, la mitad del ron, de manera que regañe. El toque final son un par de gotas de amargo de angostura.
La resaca y el empalagamiento varían dependiendo de la calidad del ron y la marca del acompañamiento, pero si las cantidades se mezclan  de manera correcta, el efecto es maravillosamente contradictorio. Calienta los huesos al tiempo que refresca la garganta. Un trago mestizo para una gente que a menudo confunde el negro con el blanco y la derecha con la izquierda.

Friday, October 7, 2011

Encrucijada


Cuento Publicado en Revista Clímax (02/09/11)

—Seguimos aquí en Más sabe el Diablo. Con lo mejor del blues y el rock & roll, a través del dial de la bestia, carretera al infierno, 99.9. Velándoles el insomnio hasta las tres de la mañana. Ahora, para variar: sus “majestades satánicas”.

“Please allow me to introduce myself
I am a man of wealth and taste…”

El turno de la madrugada había sido el gran logro de mi vida. Ponía la música que me gustaba y nada más. Solo, sin control ni censura. Pero esa noche, mientras sonaban las congas introductorias de aquel himno de maldad que es Simpatía por el Diablo, mi deliciosa soledad fue interrumpida con tres golpes secos a la puerta de la cabina de radio. Al abrir, me encontré con un hombre espigado y viejo, vestido con jeans y franela negra. Su rostro, no lo recuerdo. La conversación, nunca la olvidaré.

—Tengo años observándote, Andrés —dijo el hombre, mientras se acomodaba en la silla opuesta a la mía.
— ¿Años observándome?
—Mejor dicho, escuchándote. Me gusta mucho tu programa, pinchas buena música. Y todo el tema es… bueno, tengo que admitir que es halagador.
— ¿Quién es usted?
—Tengo muchos nombres y ninguno es de mi predilección —respondió mientras acariciaba la carátula del disco de los Stones que estaba sonando— Lucifer, Belcebú, Satanás, bla, bla, bla; pero tú, Andrés, puedes llamarme Mick.
— ¿Y por qué está aquí?
—Pues para la entrevista ¿para qué más?

Su voz era cariñosa, hipnótica y arrulladora. Algo en su porte me era familiar, como un abuelo. Me sentí cómodo siguiéndole la corriente. Entonces, comencé con la improvisada entrevista:

—Esta noche les tenemos una sorpresa muy especial. El Príncipe de las Tinieblas en persona o, como prefiere que le llamen, Mick.

—Muchas gracias por recibirme en este “mi programa”, aparentemente. Porque soy yo el que más sabe por viejo ¿cierto?

—Empecemos por lo básico: ¿Cuál es la música qué más le gusta, Mick?

—Tú mejor que nadie sabes que lo mío es el blues. He guiado las manos y las mentes de los más talentosos músicos para hacer de esa sencilla progresión mi propia banda sonora. Estuve ahí, desde el comienzo, gestándola en los corazones de los esclavos en las plantaciones del sur de los Estados Unidos. La cercanía de esos hombres y mujeres al vudú y la magia negra me permitió plantar la semilla con facilidad. Y cuando estuvo lista, bastó con sentarme al lado de un tal WC Handy, en una vieja estación de tren, y tocar un par de acordes para llamar su atención. Handy tenía años buscando un nuevo sonido, algo fuera de lo común, que lo sacara de las orquestas de música religiosa y de los viejos standards americanos. Desesperado, pidió mi ayuda. Hicimos un trato y lo convertí en el precursor del blues. Eso fue hace más de cien años. El resto es historia.

—Déjeme adivinar: “cuidado con lo que deseas porque puedes recibirlo.”

—Pues no, cumplo a cabalidad con mis promesas y mis contrapartes quedan bastante satisfechas con lo que reciben. No hay trampas, no hay trucos. Doy lo que me piden y cobro lo acordado.

—Entonces, podemos decir que el Diablo camina por la tierra haciendo milagros.

—Milagros no. Deberías saber que los milagros no son mi departamento. Lo mío son deseos terrenales. Concedo lo posible. Por ejemplo, yo sé, Andrés, que uno de tus tormentos más grandes es la juventud desperdiciada. Quisiste vivir de tu música. En tu cabeza, crees que pudiste hacer mucho más con tu talento, pero la flojera innata, que crees tener, no te lo permitió. Por más que tú y yo hiciésemos un pacto y, por más que yo quisiera, no podría darte juventud. No puedo borrar tus canas ni plancharte las arrugas, menos todavía podría rebajarte la barriga, para eso sí requerirías de un verdadero milagro. Lo que sí puedo, es hacerte famoso con tus talentos. De alguna manera, recuperar ese tiempo perdido.

— ¿Y cuál es el pago por sus favores?

—Pues la respuesta es obvia: el alma, por supuesto.

— ¿Qué significa venderle el alma al Diablo?

— ¡Excelente pregunta! El alma, Andrés, aunque tú no creas, es lo más puro y valioso que tiene una persona. Es lo único eterno, amigo mío. El alma es tu ticket al paraíso, al infinito y al vendérmela, cuando mueras, simplemente se apagará la luz.

—Alto precio, para quien crea en esas cosas, claro. Damas y caballeros, para los que nos están sintonizando en este momento, la noche de hoy tenemos a un invitado de ultratumba, estamos conversando con el Diablo. Mick, estabas diciendo que tus favores se pagan con el alma, ahora ¿qué pasa si alguien se arrepiente y quiere cancelar el contrato?

—Podrás imaginar, mi querido amigo, que tengo a los mejores abogados a mi lado. Son un mal necesario pues ya los contratos no se firman con sangre, se imprimen en papel bond y tinta negra. La penalidad por incumplimiento es muy justa y sencilla. Quién se retracte, tendrá que entregarme aquello que represente el afecto más importante en su vida, el problema —y aquí es donde entran mis fantásticos abogados— es que no siempre sabrá exactamente lo que es. Hay quienes piensan que pueden vivir sin un artefacto, una persona, una meta cumplida, cancelan el contrato y yo les quito algo que no esperaban. Tú conoces muy bien la historia de Robert Johnson, ahora lo llaman el Padre del Delta Blues. El anhelo más grande del señor Johnson fue convertirse en una leyenda viviente. Tras un encuentro en una oscura carretera de Missisipi, afiné su guitarra y le enseñé un par de tonadas. El muchacho perfeccionó su técnica y, con lo que aprendió de mí, compuso Crossroads, esa vieja canción donde relató nuestro encuentro. Pero el muchacho venía de una familia muy religiosa. Al poco tiempo vino a pedirme su alma de vuelta. Yo se la entregué y, a cambio, le quité la vida. Se convirtió en una leyenda, pero décadas después de su muerte. La gente siempre ha dicho que la música de Robert Johnson sonaba como si tocará dos guitarras al mismo tiempo. En cierta forma era verdad. Por un lado tocaba él y, por el otro, tocaba yo.

—Increíble ¿alguna otra historia de famosos retractándose de sus promesas?

—George Harrison, por ejemplo, trató de rescindir el contrato involucrándose con cuanta religión pudo. Pero al final, le quité el amor de su esposa, Pattie Boyd, y eventualmente la puse en manos de Eric Clapton, su mejor amigo. 

— ¿Y Clapton? ¿Su talento también es comprado?

¿Eric? Jamás, su talento sí es nato. No, Eric quería otra cosa, el amor de una mujer y, como te dije, la puse en sus manos. El gran Slowhand pasó años tratando de llamar mi atención y solo pudo invocarme tras grabar una magnífica versión de Crossroads, la canción que Robert Johnson me dedicó. Lamentablemente, luego de haberle entregado el cariño de la ex de Harrison, el hombre se echó para atrás. Tuve que esperar años antes de encontrar algo que calificara para compensar mi pérdida. Y entonces, en 1986, Eric tuvo un hijo.

—Entonces, la muerte del hijo de Clapton…

—Más que suficiente pago por el valor de su alma. Puedo pasar horas enumerándote historias de famosos: Apunté la escopeta de Cobain; fui dealer de Morrison, Hendrix, Joplin y mejor ni hablemos de El Rey. Todos ellos se retractaron y pasaron, como dirían ustedes, a mejor vida.

—Mick, lo siento, pero cuando hablas de vida eterna, me pierdes.

—Pues entonces, estás en la mejor de las posiciones, Andrés. Y aquí llegamos al verdadero motivo de mi visita. Me caes bien y quiero ayudarte. Puedes verlo como una apuesta: si yo digo la verdad, cumplo tus deseos y me quedo con tu alma. Si no, tú continuarás con tu vida simplona hasta el día que te mueras. En cualquier caso, tendrás la seguridad que al final las cosas serán exactamente como crees que son. Se apaga la luz y ya. Tienes las reglas claras. Piénsatelo Andrés, en menos de tres meses recibirás mi oferta formal. No te arrepentirás, espero. Entre tanto, te agradezco me complazcas con una canción. Tú sabes cuál.


Han pasado dos meses y veintinueve días desde mi encuentro con Mick. No lo he vuelto a ver. Sin embargo, desde que algún loco montó el audio de mi entrevista con “el Diablo” en Youtube, la cuestión se ha convertido en un fenómeno mundial. Ahora, me encuentro sentado en las oficinas de la Warner Bros. Me ofrecen un contrato discográfico incluyendo película y libro. Bolígrafo en mano y listo para firmar, tormentosas preguntas azotan mi cabeza: ¿Será que Mick era el Diablo y está cumpliendo su parte? —De ser así— ¿Existirá un más allá, un Dios, un alma? ¿Vendrá a cobrar? La única certeza que tengo en este momento, es que la promesa de cumplir todos mis sueños y anhelos, yace frente a mí, en un maldito contrato, redactado por abogados e impreso en papel bond y tinta negra.

Jobs

"My model for business is The Beatles. They were four guys who kept each other's kind of negative tendencies in check. They balanced each other and the total was greater than the sum of the parts. That's how I see business: great things in business are never done by one person, they're done by a team of people."

Steve Jobs (1955-2011)
 
Para leer mi post al respecto click aquí: Adiós al forjador de futuros

El viaje de Apolonia


Llegó al aeropuerto con cuatro horas y media de anticipación. Pero la nota de hoy no es para despotricar el tortuoso viacruci en que se ha convertido viajar. Adelantemos hasta tres horas más tarde. Hambrienta y con media hora por quemar, Apolonia se dirigió a la feria por una arepa para desayunar.

Té frío y Reina Pepiada en mano, hizo un rápido paneo del lugar en busca de una mesa libre.

Mientras una familia de tres comenzaba a recoger sus cosas,  Apolonia, con toda naturalidad –y haciendo caso omiso a las lagunas de café derramado y amenazantes manchas de salsa de tomate-, se desplazó ligeramente hasta la mesa y se sentó en el puesto vacío con su bandeja. La feria del aeropuerto de Maiquetía es solvente, pero no muy grande, por lo que es común ver a extraños compartir mesa. Para Apolonia esto no es un problema, pues es capaz de sacarle conversación a una piedra.

No habían pasado cinco minutos de la partida de sus anfitriones cuando una muchacha, contemporánea con ella y vestida en uniforme del aeropuerto, le pedía permiso para sentarse a su lado.

Un cumplido a los zapatos de una y un piropo al peinado de la otra, fue todo lo que hizo falta para sentirse cómodas e iniciar conversación. Ya en confianza, Apolonia le preguntó a Sonia por su trabajo en el aeropuerto. La joven le comentó que la paga no estaba mal, pero que el trabajo se había tornado muy peligroso. Según relató Sonia –quien pertenecía al personal de seguridad- el peligro se debe al control de la Guardia Nacional sobre las drogas que ingresan al país por esa vía. Aparentemente “controlan” (en el sentido más jivariano de la palabra) el tráfico de sustancias ilegales en el aeropuerto y, en caso de que la cosa se ponga muy caliente con algún superior, utilizan como chivos (o chinos) expiatorios a la gente de seguridad como Sonia. Tienen que soportar , a diario, los vejámenes y abusos de aquellos cuya divisa solía ser el honor.      

La historia de Sonia le hizo imposible a Apolonia aguantarse la cara de burro ante la funcionaria de la Guardia Nacional que la cacheó antes de abordar el avión. La mujer, al notar la mueca de nuestra heroína, le replicó –con un acento de dudosa procedencia- ¡Si no le gusta la regreso!

Apolonia me insiste que el acento de la mujer no era de aquí –según ella cubano-. Yo no creo. Estoy seguro que la funcionaria era bien criolla. Para mí esto es otro aporte del Comandante-Presidente que, para quien no se haya dado cuenta, cambió el acento ya hace un rato.

Hoy, el Buda de Sabaneta es el antivenezolano. En su afán porque el pueblo se identifique con él, ha creado un tipo de identidad nueva que nada tiene que ver con lo que significa ser venezolano. Desde el cambio de simbología hasta el nuevo modo de hablar.

Pero hay esperanza. En el encuentro entre Sonia –empleado público de Catia la Mar- y Apolonia –abogada del este de Caracas- ambas mujeres se identificaron con aquella complicidad fraterna que, en caso que lo hayamos olvidado, era una cualidad típica de los venezolanos.

Algo está cambiando…